domingo, 10 de enero de 2016

El Bautismo del Señor.- Una de las primeras escenas del Jesús adulto, comprometido con Dios Padre y con su Reino, es la del Jordán, cuando aparece como un pecador más y pide a Juan el bautismo de conversión. Para los contemporáneos de Jesús el bautismo era un rito penitencial por el que se reconocían pecadores, pero arrepentidos y dispuestos a vivir en obediencia creyente..

Con la fiesta del Bautismo del Señor acaba el tiempo de Navidad y comienza el tiempo ordinario. Por eso se califica a este día como el domingo-bisagra o el domingo-cremallera, porque cierra un ciclo y abre otro, une la infancia y la vida oculta de Jesús con los inicios de su presentación pública como Mesías. Es como si en unos momentos pasáramos muchas páginas de la vida de Jesús, porque ya tenemos delante al Hijo de Dios adulto dando la cara en lo que va a ser su misión. Parece como si el Año litúrgico tuviera prisa por presentar cuanto antes su talla humana y redentora. Una de las primeras escenas del Jesús adulto, comprometido con Dios Padre y con su Reino, es la del Jordán, cuando aparece como un pecador más y pide a Juan el bautismo de conversión. Para los contemporáneos de Jesús el bautismo era un rito penitencial por el que se reconocían pecadores, pero arrepentidos y dispuestos a vivir en obediencia creyente. Jesús, como uno más, se diluye en la masa de los pecadores y en un bautismo general también Él se bautizó. Este gesto fue aprobado y aplaudido por todo el cielo, que se abrió bajando el Espíritu sobre Él. Y la voz de Dios Padre refrendó el acontecimiento: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto". De esta manera, la aventura redentora de Jesús, dispuesto a hacer el bien, se pone en marcha. Solidario con la condición humana y salvador, como el siervo del que habla Isaías, Jesús es el gran testigo y profeta, elegido y preferido, lleno de Espíritu, desbordante de razón y de justicia, capaz de establecer el nuevo derecho. Nadie como Él puede abrir los ojos a los ciegos, liberar a los cautivos, cuidar a los que andan medio quebrados como una caña cascada... Por eso se volcará con los más necesitados, con los "oprimidos por el diablo"; será una esperanza firme para los que quieren cambiar; lo llenará todo de espiritualidad. He ahí su misión y compromiso. Esto, que comenzó en Galilea con Jesús, lo continúa la Iglesia a lo largo de los tiempos. Entre luces y sombras está al servicio de la misma causa: el Reino de Dios. Ahora nos toca a nosotros difundir su espiritualidad, su Evangelio, su dinamismo. Fuimos bautizados con agua y con Espíritu Santo. Desde el bautismo tenemos conciencia de ser hijos de Dios. Por este sacramento sabemos que somos Iglesia; que hemos de pasar de lo viejo a lo nuevo, de lo rastrero a lo santo; que hemos de estar dispuestos a seguir a Jesús con todas sus consecuencias. El bautismo debe significar una experiencia fundamental y decisiva en la vida de los creyentes. Asumido con fe, es un pronunciamiento público por el ideal de Jesús: un proyecto humano de altísima calidad, un talante lleno de coraje y de espiritualidad humanizadora, un modo de vivir atractivo y en concordancia con las aspiraciones más nobles que todos llevamos dentro; pero también un estilo arriesgado, difícil y frecuentemente atravesado por la cruz. Ahí está nuestra vocación y por ahí han de ir nuestros compromisos fundamentales. El bautismo, asumido, favorece la maduración personal y la misión de cooperar a favor de una nueva humanidad. ¿Estamos dispuestos? P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.

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