
El Evangelio nos habla de unos Magos de Oriente, unos personajes exóticos que intuyen que Dios se revela por medio de signos y de acontecimientos. Ha llegado hasta ellos la luz de una Estrella singular, que ha salido de una cueva perdida a las afueras de un pueblo. Se dejan guiar, y se convierten en peregrinos del misterio, en buscadores del ideal. Emprenden tal aventura porque tienen espíritu joven; rebosan intuición y esperanza.
Los creyentes tenemos experiencia de encuentro con Dios, pero no por eso dejamos de buscar; al contrario, la fe nos enciende el corazón aún más y nos impulsa a nuevos compromisos; nos provoca para emprender nuevos caminos, dispuestos a invertir dinamismo y generosidad, algo que caracteriza a los llamados Reyes Magos.
Verdaderamente, este relato evangélico, pintoresco y legendario, está cargado de enseñanza. Estos personajes son un símbolo elocuente de lo que atrae y apasiona la búsqueda del ideal. A lo largo de la vida, antes o después, aparece alguna estrella capaz de iluminarnos, si es que caminamos con un corazón limpio. Los sensibles a lo esencial reconocen la Estrella de Dios y la siguen; los de existencia turbia no la reconocen o bien les resulta rival.
Como escribe un autor de nuestros días, el relato de los Magos es un reflejo de lo que suele acontecer a todos los creyentes en el camino de la fe:
— Ven la estrella.
— Interpretan el signo.
— Se ponen en camino.
— Perseveran, a pesar de las dificultades.
— Buscaron apasionadamente el encuentro con el Salvador.
— Y cayendo de rodillas, lo adoraron; después le ofrecieron regalos.
— Regresaron por otro camino, iluminados por lo que habían vivido.
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