domingo, 26 de julio de 2020

El Evangelio continúa presentando parábolas del Reino de Dios. Esta experiencia, que respiraba Jesús a todas horas y que constituía el mensaje central de su predicación, no siempre está en primer plano en la vida de las comunidades cristianas ni se le dedica un interés prioritario. Según las parábolas del tesoro y de la perla, el Reino de Dios es un valor alternativo tan único e importante que aquel que lo vivencia no duda en jugárselo todo por él. Para quien lo siente, el Reino de Dios es supremamente atractivo, hace vibrar de tal manera que responsabiliza

Comentario: La oración es una de las experiencias humanas más profundas y saludables. Es esencial para mantener las actitudes y los compromisos que comporta el Reino de Dios. Destaca la primera lectura que agradó a Dios la oración del joven Salomón. Se expresa así: "Señor, da a tu siervo un corazón dócil para gobernar, para discernir el mal del bien". Su oración fue atendida. A veces escuchamos quejas de cristianos que dicen rezo, pero Dios no me escucha. Me pregunto: ¿rezarán bien?. Hoy existe una gran diversidad de modos de entender y de expresar la oración. ¿Son todos igualmente acertados y válidos?. Es bueno que cada uno se pregunte cómo es su oración. Los verdaderos orantes no son los que tienen ratos de oración y después se olvidan, sino los que viven lo más posible la comunión con Dios. Para éstos la oración es como un modo de vivir, respiran con naturalidad la relación con Dios, están atentos al Espíritu e interpretan la vida como hijos de la luz. La vida entera de estos orantes es una liturgia para Dios. Experimentan, minuto a minuto, que Dios les ama. La oración es como su atmósfera vital, la conciencia y el clima en el que discurre la totalidad de su vida. El Evangelio continúa presentando parábolas del Reino de Dios. Esta experiencia, que respiraba Jesús a todas horas y que constituía el mensaje central de su predicación, no siempre está en primer plano en la vida de las comunidades cristianas ni se le dedica un interés prioritario. Según las parábolas del tesoro y de la perla, el Reino de Dios es un valor alternativo tan único e importante que aquel que lo vivencia no duda en jugárselo todo por él. Para quien lo siente, el Reino de Dios es supremamente atractivo, hace vibrar de tal manera que responsabiliza. A lo largo de la historia y en la actualidad hay ejemplos elocuentes de cristianos que lo ponen todo al servicio del Reino de Dios, hasta el punto de arriesgar la propia vida. La fe nos asegura que es el mayor tesoro. P. Octavio Hidalgo

domingo, 19 de julio de 2020

¡Qué gran sabiduría tiene Dios!. Trigo y cizaña están forzados a convivir. No les queda más remedio. Por eso, en diferentes ocasiones, Jesús advierte a sus seguidores que deben andar despiertos y vigilantes, deben ser cándidos como palomas, pero astutos como serpientes; y que es necesario orar para no caer en la tentación. Lo decía por experiencia: también Él tuvo que convivir con la cizaña. En la misma línea, se le atribuye a San Pablo este gran lema: "vence el mal a fuerza de bien". Y San Francisco de Asís oraba de esta manera: "Señor, que donde haya odio, yo lleve el amor; donde haya ofensa, yo lleve el perdón; donde haya discordia, yo lleve la unión"..

La sabiduría de Dios se vierte de mil modos sobre nosotros. El Espíritu se encarga de actualizarla para que la comprendamos mejor. Fijaos en el matiz que presenta hoy la segunda lectura. En pocas palabras nos viene a decir que orar es, ante todo, dejarse hablar por Dios. Siempre hemos oído que la oración es un diálogo. Pues bien, la lengua de Dios es el Espíritu que viene en ayuda de nuestra debilidad e intercede por nosotros como verdaderamente nos conviene. Por tanto, el Espíritu tiene un papel muy importante en la oración. Dios nos ora por el Espíritu y por Él nos transmite su aliento, nos abre perspectivas, nos ayuda a caminar en el entramado de la vida y a comprender con mayor agudeza el seguimiento de Jesús. El Evangelio nos vuelve a recordar por medio de parábolas que el Reino de Dios tiene mucha tarea. El mundo, la sociedad son como un campo lleno de buenas y de malas hierbas, gente de bien y gente mediocre, gente que vive según la carne y gente que se esfuerza por vivir según el Espíritu. Trigo y cizaña brotan juntos y crecen sin que sea fácil separarlos. Esta parábola del trigo y la cizaña puede tener diferentes aplicaciones. Por ejemplo, en uno mismo hay trigo y cizaña, bondad y maldad. La Iglesia, integrada por personas, es santa y pecadora. Por tanto, esta parábola nos critica a todos. A veces oímos: "los hay tan malos que habría que arrancarlos, quitarlos del medio, o, en el mejor de los casos, privarlos de vida social". Esta parábola nos deja una estupenda lección: la tolerancia. Jesús dice: "dejadlos crecer juntos"; ahora es tiempo de misericordia y de conversión; al final el Hijo del Hombre verá cómo procede". ¡Qué gran sabiduría tiene Dios!. Trigo y cizaña están forzados a convivir. No les queda más remedio. Por eso, en diferentes ocasiones, Jesús advierte a sus seguidores que deben andar despiertos y vigilantes, deben ser cándidos como palomas, pero astutos como serpientes; y que es necesario orar para no caer en la tentación. Lo decía por experiencia: también Él tuvo que convivir con la cizaña. En la misma línea, se le atribuye a San Pablo este gran lema: "vence el mal a fuerza de bien". Y San Francisco de Asís oraba de esta manera: "Señor, que donde haya odio, yo lleve el amor; donde haya ofensa, yo lleve el perdón; donde haya discordia, yo lleve la unión". En resumen, hemos oído muchas veces la motivación a ser fermento en la masa. Esta presencia eficaz de los cristianos en medio de los pueblos es como lo de la levadura y lo del grano de mostaza, apunta a esa vitalidad y a esa fuerza mística que derivan de la apertura al Espíritu y de la vivencia del Evangelio. P. Octavio Hidalgo.

domingo, 12 de julio de 2020

El Evangelio nos habla de siembra y de cosecha. Jesús, apasionado misionero, fue sembrando la Palabra de Dios, dejando caer abundantemente esta semilla. Si falla la cosecha, no se puede echar la culpa a la tacañería del sembrador. Él ha sido generoso con todos los terrenos. Abrirse a la Palabra, preparar la tierra para que germine la acción de Dios, es actitud responsable de cada cristiano. El Evangelio no aporta rentabilidad a nuestros bolsillos, pero sí humanidad, coraje, fraternidad, equilibrio, responsabilidad..., condiciones básicas e indispensables para vivir

La salvación cristiana es un don generoso de Dios, pero también hay que trabajarla. Es una aspiración arraigada en lo más profundo de nosotros: gemimos y aguardamos la hora de ser hijos de Dios en plenitud. Esta experiencia de la redención se agranda progresivamente en la medida en que acogemos la Palabra y no frenamos su dinamismo transformador. El Evangelio nos habla de siembra y de cosecha. Jesús, apasionado misionero, fue sembrando la Palabra de Dios, dejando caer abundantemente esta semilla. Si falla la cosecha, no se puede echar la culpa a la tacañería del sembrador. Él ha sido generoso con todos los terrenos. Abrirse a la Palabra, preparar la tierra para que germine la acción de Dios, es actitud responsable de cada cristiano. El Evangelio no aporta rentabilidad a nuestros bolsillos, pero sí humanidad, coraje, fraternidad, equilibrio, responsabilidad..., condiciones básicas e indispensables para vivir. Pero vayamos al comentario y a la interpretación de la parábola que hace el propio Jesús: "Si uno escucha la palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento, setenta o treinta por uno". P. Octavio Hidalgo

domingo, 5 de julio de 2020

El ser humano tiene condición y vocación espiritual. Pero hay que saber coger la onda de la espiritualidad para encontrarse auténticamente con uno mismo y captar el mensaje de Dios. Jesús, que fue profundamente espiritual, porque se dejó conducir por el Espíritu, dice que esta onda no es otra que la sencillez personal y la limpieza de corazón. Dios ha querido revelarse y comunicarse, pero sorprendentemente sólo los sencillos le entienden. Los sabiondos y orgullosos no se enteran; y no se podrán enterar mientras no cambien de actitud...

Es imposible ser cristiano sin un determinado nivel de espiritualidad. Más aún, la seña de identidad de que uno es cristiano es que vive según el Espíritu de Jesús. La carta a los Romanos lo ha expresado radicalmente: "El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo", es decir, no es cristiano, aunque aporte su partida de bautismo. Lo que define y marca al cristiano es el sello y el aire del Espíritu. El ser humano tiene condición y vocación espiritual. Pero hay que saber coger la onda de la espiritualidad para encontrarse auténticamente con uno mismo y captar el mensaje de Dios. Jesús, que fue profundamente espiritual, porque se dejó conducir por el Espíritu, dice que esta onda no es otra que la sencillez personal y la limpieza de corazón. Dios ha querido revelarse y comunicarse, pero sorprendentemente sólo los sencillos le entienden. Los sabiondos y orgullosos no se enteran; y no se podrán enterar mientras no cambien de actitud. La espiritualidad ayuda decisivamente a vivir. Es la mística que da color específico a la identidad de los cristianos. Crea mentalidad evangélica. Facilita la unión entre la oración y el compromiso. Provoca en el creyente una vida intensa. Nada mejor que la espiritualidad para llevar con alivio las cargas y los agobios de la vida. Los sufridos, dice una de las bienaventuranzas, heredarán la tierra. Si optamos por vivir según el espíritu, nuestra vida avanzará armónicamente. Si no optamos por la espiritualidad como actitud orientadora y unificante de la vida, quedaremos reducidos a la mediocridad, al materialismo y a la superficialidad. Los que viven según la carne terminan desmoronados, marchitos, en la destrucción. P. Octavio Hidalgo