domingo, 8 de agosto de 2021

«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo» Domingo 18 del Tiempo OrdinarioEl profeta Elías, con la fuerza del alimento que le proporcionó el ángel del Señor —pan y agua—, caminó hasta el monte de Dios. Se nos anuncia aquí la eucaristía, nuestro alimento para el camino de la vida. En el Evangelio, Jesús se manifiesta como el pan bajado del cielo: no es solo ya la fe en él lo que nos da la vida eterna, sino el participar en su sacrificio, comulgando, lo que nos salva. Desde ahí tenemos que vivir en el amor, que fue lo que llevó a Cristo a entregarse por nosotros como oblación y víctima de suave olor...

En la vida todos tenemos días difíciles, oscuros, en los que el fracaso pesa tanto y el horizonte se cierra de tal manera que no se ve salida alguna. Entonces nos asalta la tentación de abandonarlo todo. Es la experiencia dura de desierto que sufrió el profeta Elías: experiencia agobiante, desesperada, inaguantable hasta el punto de desear la muerte. Pero los creyentes hemos de pensar que no hay razones para desesperar definitivamente; siempre hay una salida. Dios ayuda, ilumina, alimenta las ganas de vivir y de seguir en el compromiso como él sabe hacerlo. La sabiduría popular ha condensado esta experiencia en la frase: "Dios aprieta, pero no ahoga". Elías, en medio de la angustia agónica, acepta la ayuda y el alimento que Dios le proporciona. No desespera del todo. Y es que la mayor trampa en que podemos caer es dar la espalda a Dios cuando el desánimo nos ahoga. Hasta los místicos hablan de la noche oscura del alma, pero también de una llama de amor viva. Y así es: cuando sentimos la compañía de Dios y nos fiamos de él, superamos el desaliento y entendemos que no nos pide imposibles. La vida cristiana es crucificante, pero también gozosa porque ha de desenvolverse en el marco de las Bienaventuranzas. El autor de la carta a los Efesios nos exhorta a no entristecer al Espíritu Santo ya que Dios nos ha marcado con él para ser libres y vivir felices. ¿Qué se nos está queriendo decir en el fondo? El propio autor lo describe proponiendo un conjunto de consejos prácticos de conducta y unos valores concretos de fraternidad que nos han de caracterizar siempre a los cristianos. Y lo resume todo en imitar a Dios y a Jesucristo, es decir, en procurar la santidad viviendo en amor, entrega y oblación. Lógico y razonable, pero altamente difícil, sobre todo si no hemos aprendido todavía las lecciones del Espíritu. Aprender de Dios será siempre una asignatura pendiente. Si el saber es un deseo innato en el ser humano, en referencia a Dios es una aspiración superior y necesaria. El Dios santo, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos, tiene mucho que enseñarnos si nos abrimos dócilmente y no ofrecemos resistencias. En el evangelio de Juan seguimos viendo cómo se define Jesús y qué debate tiene con los judíos. Se presenta como alimento divino: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo para la vida del mundo. El que coma de este pan vivirá para siempre". Desde luego es una oferta original; nadie ha tenido una iniciativa semejante, porque nadie es capaz de llegar a tanto amor y servicio. Para que hagamos camino al andar, Jesús se ofrece como sustento y como energía. Es el pan de vida que robustece, despeja la inteligencia y capacita para vivir con valentía. Pero los judíos que debatían con él no le cogían la onda y, por tanto, no le entendían adecuadamente. Sin embargo, demuestran que lo conocían bastante bien, que sabían con pelos y señales cómo era su familia. Pero, a pesar de esto, no le entienden o no le quieren entender, porque no le creen. Jesús intenta por todos los medios que lo conozcan desde la fe. Por eso les habla de apertura al Padre y de su propio simbolismo divino. Pero casi nadie le entendió. ¿Le entendemos nosotros? P. Octavio Hidalgo.

domingo, 1 de agosto de 2021

«El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed» En el desierto Dios alimentó a su pueblo con el maná, el pan bajado del cielo. Y en el Evangelio Jesús nos dice que trabajemos por el alimento que perdura para la vida eterna. Ese alimento es él mismo: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás». Y ese trabajo es ir acercándonos cada vez más a Cristo por medio de la fe. Ello supone aceptar sus enseñanzas: despojarnos del hombre viejo, corrompido por sus apetencias seductoras; renovarnos en la mente y en el espíritu, vistiéndonos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas...

Solemos decir que los seres humanos somos los únicos animales que tropezamos varias veces en la misma piedra. Eso quiere decir que fallamos una y otra vez y no escarmentamos ni aprendemos de los fallos ajenos. Generación tras generación se repiten las mismas tentaciones y las mismas caídas. El libro del Éxodo recoge una queja de los israelitas en el desierto que se repite una y otra vez a lo largo de la historia: preferimos tener algo seguro, aunque vivamos como esclavos, a arriesgar por la libertad. Y es que las personas generalmente somos débiles y cobardes ante las dificultades, sobre todo si no cultivamos la espiritualidad. La mentalidad de Dios, sin embargo, es otra. Con signos e inspiraciones nos hace ver que nunca nos abandona y que muchas veces nuestras quejas son meros pataleos infantiles. Verdaderamente no tiene sentido echarle en cara a Dios que no cumple. Desconfiar de él es cerrarse a sus dones. Y esto no tiene nada de sensato. Por eso la carta a los Efesios nos recuerda que no es así la verdad de Cristo. Él nos ayuda a ir por la vida con criterios sólidos y nos enseña a asimilar la mentalidad de Dios, la única que renueva la condición humana. Para ello hay que despojarse de todo lo que corrompe y degrada y revestirse de santidad. Como vemos, la conversión cristiana es tarea de todo el año: no admite vacaciones. En el Evangelio se inicia ya el gran debate sobre el pan de vida. Jesús reprocha a quienes ha dado de comer: "Me buscáis no porque hayáis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". No le han captado, tal vez porque el sentido de sus vidas va por otros derroteros. Y es que para entender a Jesús hay que desear la calidad de espíritu, lo que verdaderamente anima y perdura. Por eso dice Jesús: "Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que perdura". Esto nos lleva a recordar aquella otra afirmación cargada de verdad: "No sólo de pan vive el hombre". Nadie discute que tenemos unas necesidades materiales que precisamos satisfacer; pero también tenemos otras necesidades y otras aspiraciones que generalmente atendemos menos. Esto es lo que nos reprocha Jesús. Lamenta que se le busque sólo por intereses materiales y no por los valores del espíritu. Éste es el fondo del debate. Él se esfuerza en revelarse como pan de vida, pero casi nadie le entiende. Es un error y un egoísmo mezquino buscar a Dios sólo por intereses materiales, recurrir a él sólo o principalmente cuando nos falta algo o cuando andamos con el agua al cuello. Dios quiere ser descubierto en toda su condición entrañable y liberadora. Es verdad que somos seres indigentes, necesitados; pero nuestro corazón tiene ansias de plenitud y unas aspiraciones que sólo Dios puede colmar. Es aquello de San Agustín, después de haber sufrido muchos desengaños: "Señor, nos has hecho para ti, y nuestro corazón no descansará hasta que repose en ti”. En resumen, el desarrollo humano es más que satisfacción de necesidades económicas. El corazón y el espíritu tienen unas necesidades que no se cubren con dinero. Por eso qué razón lleva la sabiduría popular cuando reconoce que el dinero no da la felicidad, aunque colabore. Por su lado, Jesús intenta por todos los medios que lleguemos a entender que nos puede alimentar con su mensaje, con su estilo vital, con su simbolismo redentor de Hijo de Dios. ¿Es tan difícil comprender esto? P. Octavio Hidalgo