domingo, 15 de noviembre de 2020

Este domingo, 15 de noviembre, la Iglesia celebra la IV Jornada Mundial de los Pobres, que el papa Francisco instauró en 2017 —tras el Jubileo de la Misericordia—, bajo el lema «tiende tu mano al pobre

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Verdaderamente, la vida es el mayor de los dones y el mayor de los riesgos. Es el talento inicial con capacidad para generar otros muchos talentos. Desarrollarla, hacerla fecunda es la gran misión y la primera responsabilidad de un cristiano. Por experiencia y por fe sabemos que la vida gana con la entrega, crece poniendo en juego sus oportunidades, se ensancha gozosamente cuando la invertimos en función de los demás. El que la guarda y la cobija tanto que no la hace rendir, la marchita de tal manera que termina arruinándola...

El canto de la sabiduría bíblica a la mujer contrasta con otros cantos de la vida moderna y postmoderna. Los valores que se resaltan en ella son los que en verdad embellecen a las personas. Tanto esta primera lectura como el Evangelio resaltan singularmente la laboriosidad, la habilidad, la responsabilidad con los dones recibidos; en definitiva el poner la vida al servicio de Dios y del prójimo. La parábola del Evangelio apunta a dos actitudes: la de quienes hacen rendir sus cualidades y carismas al servicio del bien común, y la de quienes entierran y hacen estéril lo que el Señor les dio. Siempre me ha gustado el testamento que el fundador del Movimiento Scout, Baden-Pawell, dejó a sus seguidores: "Creo que Dios nos ha puesto en este mundo encantador para que seamos felices y gocemos de la vida. Pero la felicidad no proviene de la riqueza, ni del tener éxito, ni dándose gusto a sí mismo... La manera de conseguir la felicidad es haciendo felices a los demás... Tratad de dejar el mundo en mejores condiciones que tenía cuando entrasteis en él. De esta manera cuando os llegue el momento de morir, podréis hacerlo felices, porque por lo menos no perdisteis el tiempo e hicisteis todo el bien que os fue posible". Verdaderamente, la vida es el mayor de los dones y el mayor de los riesgos. Es el talento inicial con capacidad para generar otros muchos talentos. Desarrollarla, hacerla fecunda es la gran misión y la primera responsabilidad de un cristiano. La propia vida nos pide laboriosidad mientras aguardamos el Día del Señor, como indica la segunda lectura. Por experiencia y por fe sabemos que la vida gana con la entrega, crece poniendo en juego sus oportunidades, se ensancha gozosamente cuando la invertimos en función de los demás. El que la guarda y la cobija tanto que no la hace rendir, la marchita de tal manera que termina arruinándola. No hay razones de peso que justifiquen el descuido o la holgazanería. No hay motivos para que la vida personal acabe en el chasco de la infecundidad. No, no hay excusa para el pecado de omisión, un pecado más frecuente de lo que creemos. Tal vez no le demos importancia. Sin embargo, sus nefastas consecuencias y su gravedad saltan a la vista en el deterioro de muchas personas y en el enrarecimiento de la vida social. El Evangelio descalifica contundentemente la actitud encogida, cobarde y mezquina de quien no quiso poner en funcionamiento el talento recibido: no fue fiel y cumplidor, no administró solícitamente lo que recibió como un regalo. ¿Quién de nosotros no se ve más o menos reflejado en esta foto? El plan y la gloria de Dios estriba en que pasemos por la vida dando fruto abundante y de manera permanente (Jn 15,8.16). La clave del acierto está en ser "fiel y cumplidor", como repite la parábola. Por tanto, en la Iglesia no debe haber nadie inválido, es decir, nadie debe decir: no sé, no valgo, no puedo... Es una insensatez indecente enterrar las cualidades y talentos. Todos sabemos, valemos y podemos hacer algo. Tampoco procede contentarse con lo mínimo, rebajar el compromiso, vivir comodonamente. Es una manera de enterrar los dones, que nos han regalado con otra finalidad: el bien común y el Reino de Dios. Ojalá nunca sintamos en el fondo de nuestra conciencia el reproche de la parábola, sino la felicitación por haber hecho rendir los talentos: "como has sido fiel en lo poco..., pasa al banquete de tu señor". P. Octavio Hidalgo

sábado, 7 de noviembre de 2020

Todos corremos el riesgo de abandonarnos cuando se debilita la esperanza. Lo más fácil es adormilarse y despreocuparse de todo. Pero, ¿no es ésa la tónica de los mediocres? Todas las generaciones hemos recibido los buenos consejos de la constancia, la paciencia, la atención, la responsabilidad..., para no perder el tren de la vida. Si perdemos ocasiones, en gran parte se debe a nuestro descuido e irresponsabilidad

Los libros sapienciales del Antiguo Testamento cantan a esa sabiduría integral, que ayuda ampliamente a las personas a conducirse por la vida. Quien la busca con verdadero deseo y buena intención, la encontrará, "pues a su puerta la hallará sentada". Ella misma nos busca, si nos encuentra dignos, y se nos muestra benévola, afirma la primera lectura. En efecto, si nos abrimos a esta sabiduría bíblica, dispondremos de muchos recursos para vivir con calidad. Más aún, sabremos enfocar y esperar la muerte como lo que verdaderamente es, según la fe: un encuentro amoroso con Dios, por quien aspira todo nuestro ser: "mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti". ¿No hemos soñado la muerte como un encuentro de comunión con el Dios que nos espera con los brazos abiertos? Sin duda este encuentro amoroso se dará si vivimos con las lámparas encendidas. He ahí una indicación de la sabiduría que revela la parábola evangélica. Nos habla de personas atentas y de personas descuidadas. Sólo las atentas están al tanto de los acontecimientos, mantienen un nivel de calidad, dan intensidad a los momentos concretos de la vida. A las personas descuidadas y desatentas les vencen los problemas. Y después vienen las quejas: "Señor, señor, ábrenos"... Todos corremos el riesgo de abandonarnos cuando se debilita la esperanza. Lo más fácil es adormilarse y despreocuparse de todo. Pero, ¿no es ésa la tónica de los mediocres? Todas las generaciones hemos recibido los buenos consejos de la constancia, la paciencia, la atención, la responsabilidad..., para no perder el tren de la vida. Si perdemos ocasiones, en gran parte se debe a nuestro descuido e irresponsabilidad. Sorprende en la parábola que unas doncellas no hayan querido compartir el aceite con las otras. Hay que decir que el matiz del compartir no es el que quiere destacar esta parábola. Lo que pretende Jesús es que reparemos en valores de tipo personal que dependen exclusivamente de nosotros: o uno es atento o es descuidado; o trabaja la calidad de su vida o se abandona. En esta responsabilidad nadie nos puede sustituir. Por tanto, no es propio de un cristiano andar por la vida despistado o adormilado. Un cristiano siempre debe ser un hijo de la luz. De ahí que acabe la parábola insistiendo en la vigilancia y en la vida atenta. P. Octavio Hidalgo

Somos una gran familia - 8 de Noviembre Dia de la Iglesia Diocesana

domingo, 1 de noviembre de 2020

Comentario: Los santos son el mejor exponente de nuestra Iglesia: son quienes le dan color y la hacen creíble, quienes revelan y acercan el ideal cristiano. La santidad es el modo peculiar y necesario del ser de Dios y es también el talante propio con que nos soñó a los humanos "antes de la creación del mundo". Las elecciones de Dios son acertadas (¡qué duda cabe!), pero no siempre son secundadas por nosotros; de ahí que se conviertan en desafíos. En la Iglesia, como recuerda el Concilio, todos estamos llamados a la santidad (LG V). Es una consigna básica en Jesús y un don del Espíritu: "sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Esta consigna se extiende a lo largo del Nuevo Testamento (cf. lTs 4,3; Ef 5,3; Col 3,12...). Las pistas de la santidad cristiana nos vienen trazadas por las Bienaventuranzas. Hace unos años la palabra santidad no tenía muy buena acogida; para muchos era expresión devaluada, porque no habían descubierto su verdadero valor, o porque habían recibido ejemplos desacertados; para otros, sin embargo, era y sigue siendo fuerza de vida, energía apasionante, valor de personalización. Son los santos los que encarnan y revelan este valor sin que se pierda en lo abstracto. Santo es un tipo logrado, cuya existencia sorprende y arrastra; una persona feliz, de vida interior exuberante, que sin embargo actúa con sencillez y hasta con sentido del humor, mezcla de equilibrio y de seguridad personal. Santo es una persona con arte y genio para vivir, que no es necesariamente un héroe ni un mártir, pero sí un testigo apasionado de la verdad, con corazón de primavera. Santo es, en definitiva, quien sabe vivir y, por tanto, tiene capacidad y arrojo para realizar aquello que los demás sólo intuimos. P. Octavio Hidalgo