domingo, 18 de agosto de 2019

Hoy Jesús nos viene a decir que la revolución que proyecta y la redención que protagoniza, por designio de Dios Padre, no se podrá conseguir sin cruz y sin baño de sangre. Pero está decidido, aunque le cueste la vida. Su ejemplo nos ha de servir de acicate. Seguirlo entraña una guerra permanente de fidelidad...

comentario: Sabemos que los profetas, los "hombres de Dios", generalmente lo pasan muy mal. Es lo que destaca hoy el pasaje de Jeremías, a quien le hacen la guerra por transmitir las verdades de Dios. Lo llamativo es que lo quieren eliminar porque no busca el bien del pueblo, dicen. ¡Qué hipocresía! El verdadero testigo de Dios es el que más ama a la gente y quien más se compromete por su liberación. Pero, como canta las verdades, resulta incómodo, indeseable... Así será siempre. La fe es guerrera hasta el punto de provocar un bautismo de sangre. Los que han tomado en serio el seguimiento de Jesús, frecuentemente han padecido el enfrentamiento y la división. Muchas veces la familia no entiende que Dios sea nuestro valor absoluto. Sin embargo, hemos de amar a Dios sobre todas las cosas y hemos de obedecer sus planes, aunque ello sea causa de división. Jesús es especialmente claro y tajante: O conmigo o contra mí. No es posible una neutralidad ambigua. El pasaje de la carta a los hebreos insiste en el aspecto dinámico, purificador y batallador de la fe: hay que eliminar el pecado; hay que sobrellevar la cruz sin miedo a la ignominia; hay que soportar la oposición sin perder el ánimo: hay que pelear decididamente contra el mal, aunque uno termine, como testigo, en un charco de sangre. Los cristianos que viven así son los que entusiasman más y los que atraen, porque acercan la talla humanizadora de Jesús. El Evangelio de hoy nos puede parecer atrevido, radical y hasta desconcertante. No es normal ver a Jesús tan ardoroso... En realidad, no ha de extrañarnos tanto. Él es un decidido y un valiente, no un violento. No admite más violencia que la que uno se exige para ser fraterno. No, Jesús desea la paz; pero sabe que surge la división cuando uno no se vende por fidelidad a los planes de Dios. Hoy Jesús nos viene a decir que la revolución que proyecta y la redención que protagoniza, por designio de Dios Padre, no se podrá conseguir sin cruz y sin baño de sangre. Pero está decidido, aunque le cueste la vida. Su ejemplo nos ha de servir de acicate. Seguirlo entraña una guerra permanente de fidelidad. P.Hidalgo

jueves, 15 de agosto de 2019

La Asunción de la Santisima Virgen Maria 15 de Agosto

Comentario: Esta fiesta mariana acontece en medio del verano, en un contexto general de vacaciones. En no pocos lugares es el marco de una fiesta patronal o popular, mezclándose la religiosidad y la fe del pueblo con su folclore, raíces y tradiciones. Sin embargo, eclesialmente la Asunción de María evoca, sobre todo, la trayectoria de esta mujer creyente que enriquece, con su tonalidad femenina y con su calidad humana, la fe del Pueblo de Dios. Ella acentúa los rasgos cercanos y prácticos de la fe; transmite que Dios lleva a la gente en el corazón y protege especialmente a los perdedores, necesitados y sencillos. Después de su recorrido vital, es arrebatada por el poder divino, una vez que se sintió contemplada, elegida y amada entrañablemente por Dios. La Iglesia definió oficialmente la verdad de la Asunción de María el 1 de noviembre de 1950. Pero los primeros indicios de esta fiesta los tenemos ya en los siglos V-VI cuando comienza a generalizarse, primero por oriente y después por occidente, la fiesta del Tránsito o Dormición de María. Para nosotros, esta festividad de la Asunción simboliza la culminación natural y feliz de los creyentes que esperan en Dios y confían en sus promesas. Representa la bienaventuranza anunciada por Jesús para todos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. Es un aliento para todos los que hacen Reino de Dios y gastan la vida en favor de la tierra nueva. En María triunfa simbólicamente toda la humanidad. La fe nos asegura lo que percibimos por la intuición: somos seres con futuro. Dios lo garantiza. Ese futuro humano-divino será una experiencia continua de plenitud, un gozo inacabable de encuentro esperado, una sabrosa comunión sintiendo que Dios nos vincula maravillosamente a todos. P.Hidalgo

domingo, 11 de agosto de 2019

Los cristianos hemos de vivir siempre como hijos de la luz, no despistados. Dejar pasar oportunidades, perder el tren de la historia, vivir como ausentes o pasivos es un antitestimonio. Los cristianos, como Jesús, hemos de rezumar lucidez, coraje, fidelidad y estar al tanto de todo lo que se cuece socialmente. Si vivimos atentos, podemos aportar mucho entusiasmo y dinamismo evangélicos...

Comentario: En Jesús y en su mensaje hay muchos valores y testimonios. Entre ellos, siempre me ha atraído la exhortación a vivir con atención y vigilancia. Más aún, descubro que es un rasgo sobresaliente de Jesús. A él no se le ve despistado o distraído nunca. Sus rivales, que muchas veces lo tientan, quedan siempre desarmados ante la entereza y las respuestas geniales que salen de su interior. Jesús reacciona adecuadamente en cada situación, porque tiene una gran vida interior, un gran almacén de riqueza espiritual. La atención y la vigilancia son valores muy importantes. ¿Qué se puede esperar de un cristiano descuidado, que no cumple con su deber ni testimonia la calidad de vida que debiera? Las personas atentas viven con intensidad y con responsabilidad. Sin embargo, todos corremos el riesgo de abandonarnos si no cultivamos la fe con esmero y con delicadeza. Quien la cultiva, experimenta que es una motivación extraordinaria y que proporciona cantidad de recursos. Por la fe muchos creyentes han llegado a compromisos heroicos. Nosotros mismos somos testigos del empuje que tiene la fe. Los cristianos hemos de vivir siempre como hijos de la luz, no despistados. Dejar pasar oportunidades, perder el tren de la historia, vivir como ausentes o pasivos es un antitestimonio. Los cristianos, como Jesús, hemos de rezumar lucidez, coraje, fidelidad y estar al tanto de todo lo que se cuece socialmente. Si vivimos atentos, podemos aportar mucho entusiasmo y dinamismo evangélicos. P.Hidalgo

domingo, 4 de agosto de 2019

La verdadera felicidad no coincide con tener muchas cosas ni con "tumbarse a la bartola"... Cuántos comentan que les encantaría vivir sin trabajar. ¡Qué equivocación! No hay mayor fracaso que vagar inútilmente. Hay valores muy superiores al dinero y a la comodidad. El ser humano es mucho más que materia. Por eso dice el autor de la carta a los colosenses: "Si habéis resucitado con Cristo, aspirad a los bienes de arriba... No sigáis engañándoos unos a otros"...

Comentario: San Agustín fue una persona que deseó disfrutar la vida y apurarla como el que más. No obstante, en la primera etapa de su vida se equivocó una y otra vez: iba de amargura en amargura, de frustración en frustración. Hasta que llegó a convencerse de que estaba engañado, con las aspiraciones cruzadas. Experimentó que la vanidad y el vacío interior no engendran más que desgracias. ¿Solución? Abrirse a la luz de Dios. Fue entonces cuando estalló su conversión. Confesó: "Señor, nos hiciste para Ti y nuestro corazón estará intranquilo hasta que descanse en Ti". Una de las tentaciones fuertes que todos padecemos es la de "tener y tener"... Esta tentación le rondó también a Jesús. El Maligno pretendió enredarlo con el atractivo de poseer muchas riquezas y tener mucho dominio. Pero Jesús le plantó cara y no se vendió. Su proyecto de vida era otro muy distinto: pobreza elegida y solidaridad. Jesús sabía que la codicia es como una droga: crea adicción y corrompe; además genera turbación, desigualdades, injusticia, rivalidad. Y nada de esto va con el plan de Dios. La visión materialista de la vida arrastra y precipita al absurdo, al sinsentido. ¿Para qué el exceso de bienes, si nos quita el sueño y es causa de envidia y de tensiones? Necesitamos unos medios de subsistencia para vivir con dignidad. Pero, ¿dónde termina lo que es necesario o conveniente y dónde comienza lo que es superfluo, egoísta y escandaloso? La sensibilidad evangélica nos lo indica con suficiente claridad. Ningún exceso es lógico ni hace bien. Al contrario, todos los excesos dañan la espiritualidad. Por tanto, los bienes materiales y el dinero han de estar al servicio de la vida personal y comunitaria, no al revés. Si con el paso de los días, no llegamos a ser ricos ante Dios, hemos malgastado miserablemente la vida. La verdadera felicidad no coincide con tener muchas cosas ni con "tumbarse a la bartola"... Cuántos comentan que les encantaría vivir sin trabajar. ¡Qué equivocación! No hay mayor fracaso que vagar inútilmente. Hay valores muy superiores al dinero y a la comodidad. El ser humano es mucho más que materia. Por eso dice el autor de la carta a los colosenses: "Si habéis resucitado con Cristo, aspirad a los bienes de arriba... No sigáis engañándoos unos a otros". Sólo se disfrutan los bienes cuando se valoran adecuadamente y se utilizan dignamente. No hay bienestar verdadero si no lo acusa el interior. Como cristianos, hemos de aspirar siempre a los bienes superiores. Para nosotros lo primero es el Reino de Dios y su justicia, es decir, el equilibrio entre unos y otros, la repartición de bienes, la fraternidad. Por tanto, nada de agobios ni de sueños avariciosos que "la avaricia rompe el saco", dice el refrán. El pasaje evangélico aclara que el papel de Jesús no es el de resolver denuncias y dar sentencias como si fuera un juez. Su papel es el de iluminar la vida con mensajes, gestos y signos. Por eso, con la parábola del rico avaricioso y necio, Jesús nos vuelve a presentar su mentalidad alternativa, original. P.Hidalgo.