sábado, 29 de diciembre de 2018

La familia es un don, pero también un proyecto y un campo de trabajo. Sostiene a la persona en su realidad más profunda y singular; la envuelve en todas sus dimensiones físicas y espirituales; la acompaña en todo momento, desde el nacimiento hasta la muerte. En ella se aprende a llenar la vida de sentido; es el mejor ámbito para la maduración...

Comentario: Determinadas transformaciones están afectando a la familia. ¿Todas buenas? Caen viejos esquemas, cambian algunos roles, pero la familia permanece como uno de los valores más cotizados. Las encuestas reflejan que seguimos dando importancia y valor a la vida familiar. Pero la familia es mucho más que una palabra que oímos o pronunciamos con frecuencia. Es más que un cobijo para solucionar las necesidades básicas. ¿Qué sería de nosotros sin la familia? ¿Puede un ser humano subsistir sin ella? La familia es un don, pero también un proyecto y un campo de trabajo. Sostiene a la persona en su realidad más profunda y singular; la envuelve en todas sus dimensiones físicas y espirituales; la acompaña en todo momento, desde el nacimiento hasta la muerte. En ella se aprende a llenar la vida de sentido; es el mejor ámbito para la maduración. Consideremos la familia no sólo desde la naturaleza y la cultura, sino también desde la fe y el Evangelio. El Concilio Vaticano II, abierto y dialogante con el mundo, en su Constitución Gaudium et Spes afirma que es escuela del más rico humanismo y constituye el fundamento de la sociedad (GS 52). Inspirados o no en estas afirmaciones, muchos pensadores coinciden en asegurar que la familia es de lo más humano que tenemos, quizá la mayor fuente de humanidad que existe. Si alguien no ha sido esculpido sanamente en el taller de la familia, probablemente sufrirá quiebras en su humanidad. Cada uno es importante en la familia simplemente porque existe y existe con otros. Por eso es lugar de encuentro y encuentro en gratuidad. La vida familiar se cuece en el caldo del cariño, de la comunicación y del respeto, y se teje con la aportación y el trabajo de todos. Por eso es tan humana y marca tan profundamente. Pero la familia ideal es una excepción. Lo normal es que las crisis, los problemas y las tensiones zarandeen la vida familiar. Y lo lamentable es si degeneran en acritud o, peor aún, en corrupción. A nadie se le escapa que hay familias en las que en vez de amor, hay frío; en vez de alegría, hay angustia; en vez de liberación, hay opresión; en vez de hogar, hay fonda... Todos sabemos de familias que no educan para la solidaridad, sino para la injusticia y para los privilegios; no educan para la responsabilidad, sino para el conformismo. Conocemos familias que no han aprendido a compartir, sino a consumir; no han aprendido a dialogar, sino a gritar; no enseñaron a orar, sino a maldecir… La sociedad necesita de una familia sana y estable. En este sentido, la familia cristiana tiene un gran reto: ser ejemplo, fermento y sacramento. Por tanto, son muchos los aspectos que hay que atender en la vida familiar, muchos los valores que hay que cultivar y respaldar; pero el amor por encima de todo porque lo encierra todo. Los conflictos no faltaron en la Familia de Nazaret. El Evangelio lo expone claramente. Pero el conflicto en sí mismo no es malo; al contrario, muchas veces es una consecuencia lógica de los diferentes modos de entender o interpretar la realidad; incluso puede ser muy enriquecedor si la confrontación de pareceres fortalece la convivencia, afirma la vida personal y favorece la educación mutua. P.Hidalgo

domingo, 23 de diciembre de 2018

El profeta Miqueas esboza cómo serán el talante y la misión del Mesías que el pueblo religioso espera como salvador. No vendrá a lo grande. Será un aldeano sencillo, una persona modesta, popular…; eso sí, profundamente creyente, fraternal y pacificador.Efectivamente, Jesús fue así. La voluntad del padre fue su gran motivación. Empapado de fidelidad y de colaboración redentora, orientó su vida por la línea del Reino de Dios. Encontró en la obediencia creyente una gran motivación y capacitación. Todo su recorrido humano estuvo impregnado por la convicción que destaca la carta a los hebreos: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad".

La Tradición nos recuerda: no hay sacrificio de mayor categoría que cumplir la voluntad de Dios. Esto es lo que más le agrada y el mejor testimonio que podemos aportar. Cualquier otra ofrenda no vale, si no refleja obediencia diaria a la voluntad de Dios. Jesús es un ejemplo de cómo vivir disponible ante Dios, mande lo que mande. Su oración trágica entre sudores de sangre en el huerto de Getsemaní confirma hasta qué punto la voluntad de Dios tenía peso y valor para Él: "Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres" (Mt 26, 39). Por otra parte, conforme se acerca la Navidad, María de Nazaret adquiere protagonismo. El encuentro que presenta el Evangelio es una escena admirable. Está llena de Espíritu, de sorpresa, de ritmo, de alabanza, de felicitación. Hay que destacar cómo la experiencia de Dios impulsa a María a hacer un camino de solidaridad. Después de la anunciación "fue aprisa a la montaña", a casa de Isabel para ayudarla. Pero ya no fue sola. Iba Dios en ella y con ella. El encuentro entre las dos mujeres embarazadas es de profundo regocijo. Hay un diálogo entrañable entre creyentes: "¡Dichosa tú, que has creído!”. Ambas viven la comunión con Dios. Ambas oran la vida. Pero María es realzada, además, por su actitud de servicio. P.Hidalgo

Hay que destacar cómo la experiencia de Dios impulsa a María a hacer un camino de solidaridad. Después de la anunciación "fue aprisa a la montaña", a casa de Isabel para ayudarla. Pero ya no fue sola. Iba Dios en ella y con ella. El encuentro entre las dos mujeres embarazadas es de profundo regocijo. Hay un diálogo entrañable entre creyentes: "¡Dichosa tú, que has creído!”. Ambas viven la comunión con Dios. Ambas oran la vida. Pero María es realzada, además, por su actitud de servicio...

domingo, 16 de diciembre de 2018

El tercer domingo de Adviento es especialmente jubiloso y alegre en su mensaje. San Pablo es insistente motivando la alegría "en el Señor", porque no se trata de cualquier alegría, sino de una alegría religiosa, mesurada, comunitaria: "Estad alegres" porque "el Señor está cerca"...

Esta alegría es uno de los testimonios más convincentes que los cristianos podemos presentar. Generalmente abundan más la amargura, la depresión y el desengaño que la alegría serena y contagiosa. Ésta es un don del Espíritu Santo, pero está al alcance de cualquiera si cultiva la vivencia de Dios y la espiritualidad evangélica. El Evangelio evidencia que Juan el Bautista tenía una personalidad impresionante. Para Jesús, nadie nacido de mujer fue más grande que Juan el Bautista. Como profeta, impactó fuertemente a la gente porque no se andaba por las ramas: sus pronunciamientos eran claros y sus mensajes muy concretos y directos: "No exijáis más de lo establecido", "no hagáis extorsión a nadie", "el que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene". Juan promovía una conversión personal para que repercutiera comunitariamente. Constata el Evangelio que el acercamiento a Juan el Bautista despertaba sinceridad y cuestionamiento. Le preguntaban: "¿Qué hacemos?". Él recomendaba honradez, justicia y solidaridad, porque el amor es la mejor onda para conectar con Dios, y la conversión es auténtica si se demuestra con signos y gestos de justicia y de solidaridad. Si nos aplicamos las preguntas que la gente hacía a Juan, preparamos adecuadamente la Navidad. El precursor de Jesús llegaba a la gente. Su mensaje tenía verdadera autoridad. En torno a su persona se formó pronto un movimiento religioso: pero Juan se encargó de canalizarlo hacia Jesús, porque "Él puede más que yo". Decía: “Yo no merezco desatarle la correa de sus sandalias". Juan bautizaba con agua; Jesús con Espíritu Santo y con fuego. P.Hidalgo

domingo, 9 de diciembre de 2018

Domingo Segundo de Adviento.- La propuesta de hoy es que abramos caminos para que la salvación discurra con fluidez. ¿Cómo? Enderezando lo torcido, eliminando asperezas, rectificando equivocaciones... Con un lenguaje figurado la Palabra de Dios nos pide desmontar terrenos, allanar, es decir, mejorar la mentalidad y eliminar los obstáculos que impiden la irrupción del Reino de Dios...

La voz de los profetas incitando a la esperanza y a la conversión, y recordando cómo hay que preparar los caminos del Señor, tiene un único objetivo: que todos vean la salvación de Dios. No es posible el disfrute y, menos aún, el contagio de la salvación, si tenemos un corazón torcido, unas relaciones escabrosas o una manera de ser que no es llana ni sencilla. La propuesta de hoy es que abramos caminos para que la salvación discurra con fluidez. ¿Cómo? Enderezando lo torcido, eliminando asperezas, rectificando equivocaciones... Con un lenguaje figurado la Palabra de Dios nos pide desmontar terrenos, allanar, es decir, mejorar la mentalidad y eliminar los obstáculos que impiden la irrupción del Reino de Dios. Avanza la conversión cuando los valores penetran en nuestra sensibilidad. Y todos tenemos capacidad para apreciar los valores esenciales de la vida, sobre todo si nos ponemos a tiro de la conciencia y nos dejamos cuestionar por el Evangelio. Por el contrario, si nos abandonamos y no nos evaluamos, perdemos sensibilidad y entonces no captamos los valores humanos y evangélicos. Hoy Juan el Bautista ha saltado al primer plano del Adviento con un mensaje claro y directo: Predicaba "un bautismo de conversión para el perdón de los pecados". Llegó a jugarse la vida por ser profeta. Su palabra cálida, apasionada y testimonial fue el complemento de los signos que realizaba. Adviento es llamada a levantar la moral, a reforzar la espiritualidad, a enderezar la conducta, a crecer en entusiasmo evangélico; y socialmente, a eliminar desigualdades injustas y a elevar los derechos y las responsabilidades humanas. Si procedemos así, muchos vecinos podrán "ver" la salvación de Dios. P.Hidalgo

sábado, 8 de diciembre de 2018

En María, Dios pudo disfrutar el ideal que había proyectado. En ella la bienaventuranza divina no queda rebajada porque el pecado nunca le pudo penetrar. En ella, como en Jesús, acontece la plenitud de la creación. Es la llena de gracia; la purísima, como dice el pueblo; la hija que maravilla a Dios Padre; la que atrae el germen fecundo del Espíritu; una digna madre para el Dios-con-nosotros que viene al mundo como Redentor. En ella se cumple el ideal evangélico...

¡Qué oración tan honda y entrañable recoge la carta a los efesios! ¡Qué bien expresa la fe cristiana! En Jesús, Dios nos ha bendecido con toda clase de bienes. Nos pensó y eligió para que fuésemos santos e irreprochables. ¿Caben mejores sueños y proyectos? Éste fue el plan que Dios diseñó desde el principio. Quiso ser amigo de todos. ¡Qué intuitivamente lo recoge el Génesis! Dios paseaba por el jardín al fresco del día y se comunicaba con el hombre y la mujer. Pero cuando pecaron, ya no quisieron pasear con Él y se escondieron (Gn 3,8). María no siguió este mal ejemplo. Nunca tuvo motivos para esconderse de Dios. Al contrario, es la criatura que colabora al cien por cien para recomponer la Alianza. Su hijo será la Alianza nueva y definitiva. En María, Dios pudo disfrutar el ideal que había proyectado. En ella la bienaventuranza divina no queda rebajada porque el pecado nunca le pudo penetrar. En ella, como en Jesús, acontece la plenitud de la creación. Es la llena de gracia; la purísima, como dice el pueblo; la hija que maravilla a Dios Padre; la que atrae el germen fecundo del Espíritu; una digna madre para el Dios-con-nosotros que viene al mundo como Redentor. En ella se cumple el ideal evangélico. María, una mujer del pueblo, una vecina más de Nazaret, semejante a tantos y sin llamar la atención es, sin embargo, distinta, creyente y sana desde la raíz, atenta, disponible y solidaria, un orgullo para la Iglesia y para cualquier sociedad. Rebosante de humanidad y de fe, es un espejo en el que todos nos podemos mirar, pues, aunque es distinta, no está distante: al contrario, acerca la salvación prometida por el mismo Dios. Que ningún pecador se desespere. María es madre y símbolo esperanzador. Es estímulo y alternativa: "Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya" (Gn 3,15). En su humilde condición de esclava del Señor, nos invita a orar: "Hágase en mí según tu palabra" y a disfrutar la vocación de hijos adoptivos. Si Dios Padre nos ha bendecido en Jesús con toda clase de bienes, la esperanza ha de quedar reforzada. Si María es creyente, fiel y fecunda en evangelio, también nosotros podemos renovarnos y crecer en fidelidad. Vivir la condición nueva y pascual no es un sueño inalcanzable.P.Hidalgo.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Adviento es una dinámica de vigilancia y de espera. Entre lo más significativo, sobresale la esperanza, un valor de alto estímulo frente a tanta rutina, desaliento, cansancio o mirada corta. Todos necesitamos imperiosamente la esperanza; sin ella es imposible sobrevivir. Renueva siempre, revitaliza, alimenta la ilusión y el compromiso. La esperanza que ha animado a tantas generaciones de creyentes, nos sale al paso de manera especial en cada Adviento...

Adviento, como tiempo que prepara la Navidad, se reduce a cuatro semanas. Pero el Adviento verdadero no tiene límite de tiempo, es cosa de todo el año y de cada día; es un talante, una actitud del alma. Adviento es una dinámica de vigilancia y de espera. Entre lo más significativo, sobresale la esperanza, un valor de alto estímulo frente a tanta rutina, desaliento, cansancio o mirada corta. Todos necesitamos imperiosamente la esperanza; sin ella es imposible sobrevivir. Renueva siempre, revitaliza, alimenta la ilusión y el compromiso. La esperanza que ha animado a tantas generaciones de creyentes, nos sale al paso de manera especial en cada Adviento. Hay quien ve en el Adviento un buen antídoto contra todo tipo de desmotivación, pesimismo o frustración, y propone: — Contra la vejez del espíritu, la juventud del Adviento. — Contra el desánimo crónico, la esperanza del Adviento. — Contra el pesimismo generalizado, la ilusión del Adviento. — Contra la tristeza morbosa, la alegría del Adviento. — Contra el cansancio agudo, el espíritu del Adviento. — Contra la rutina inconsciente, la vigilancia del Adviento. — Contra la incapacidad radical, la oración del Adviento. Jesús es la mayor esperanza posible para que la humanidad entera y cada de uno de nosotros podamos avanzar. Él se nos acerca a diario de distintos modos y mediante símbolos variados: su Palabra, la Comunidad, los sacramentos, los pobres, ciertos acontecimientos, la cruz de cada día... Nos encuentra a ras de suelo, en la calle, en los caminos... El Evangelio lo ha expresado con alta animación: "¡Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación!". Este Adviento nos invita a ir por la vida con la cabeza alta y con la conciencia tranquila, es decir, con dignidad. Para ello es imprescindible andar despiertos, vigilantes, con buena salud moral, porque con el espíritu embotado no se va a ninguna parte. Por eso: — Cuando nos llenamos de ideales, es Adviento. — Cuando creemos en la utopía, es Adviento. — Cuando tenemos hambre y sed de justicia, es Adviento. — Cuando trabajamos por la paz, es Adviento. — Cuando pedimos que venga a nosotros el Reino de Dios, es Adviento. — Cuando esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, es Adviento. — Cuando sufrimos con paciencia, es Adviento. — Cuando sembramos el Evangelio, es Adviento. — Cuando oramos para reforzar el compromiso, es Adviento. — Cuando decimos: "Ven, Señor, Jesús", es Adviento. P.Hidalgo