domingo, 28 de octubre de 2018

¿Nos hemos encontrado alguna vez como ciegos? ¿Hemos tenido reparos en gritar a Jesús? A Bartimeo no le dio ninguna vergüenza; al contrario, no hizo el más mínimo caso a los que le reñían, porque éstos no querían su bien; preferían verlo hundido en su ceguera y tirado para siempre en la cuneta de la vida. No, Bartimeo gritaba más y más: "Jesús, ten compasión de mí". ¡Qué oración tan sólida y total! Fue escuchado. Y, agradecido, siguió a Jesús haciendo camino...

El pasaje evangélico de hoy nos da pie para reflexionar, en primer lugar, con una parábola moderna, la parábola del viejo y el niño: Teóricamente nadie está tan propenso a entenderse como un viejo y un niño. Uno por ingenuidad y el otro por superación, ambos poseen la pureza de la verdad, al menos de esa verdad instrumental que llamamos sinceridad. El viejo es sincero porque nada pierde con serlo y queda a gusto. El niño lo es porque todavía no ha aprendido a no serlo. Pero esto es teoría. La vida nos enseña luego que el viejo y el niño no siempre se entienden y que la sinceridad es virtud compleja. El hecho es que el viejo y el niño se han encontrado en un parque. — ¿Por qué tienes los ojos tristes?, ha preguntado el niño. — Yo no tengo los ojos tristes, pequeño. Tengo los ojos usados, nada más. El viejo no ha podido menos de sonreír y pensar que los niños de hoy resultan fascinadoramente inteligentes. — Vamos a ver, amiguito, ¿qué entiendes tú por ojos tristes? — Pues ojos que acaban de llorar o parece que van a empezar a hacerlo. — Ni he llorado ni voy a llorar. — ¿Por qué quieres engañarme? Tienes los ojos tristes. — A ti te parecen tristes. Es así como yo miro siempre, pero no es tristeza; es sólo melancolía o enternecida decepción. — No entiendo. ¿Qué es melancolía? — Una tristeza que no llega a tanto. Es como llorar un poco por dentro. — ¿Cómo se llora por dentro? — Si aprendieras eso te harías mayor de golpe. Y eso no es conveniente. Déjalo estar, pequeño. Sí, tengo los ojos tristes porque hace tiempo que lloro por dentro y tengo una pequeña alegría a medio asfixiar... — Yo sé hacer la respiración boca a boca, abuelo. — Tú sabes ya tantas cosas que acaso eres como yo, pero sin los ojos tristes. — ¿Y por qué iba yo a tener los ojos tristes? — Tienes razón. Hacerse mayor es eso: ir encontrando motivos para entristecer los ojos. Nunca crezcas, pequeño. Pero si eres capaz de crecer sin entristecer los ojos, no llegarás a viejo, sino a santo. Crece, pequeño, crece... En segundo lugar, ciñéndonos al Evangelio reparemos que Bartimeo es un ciego que quiere ver. Por tanto, es un hombre inquieto, una persona con aspiraciones. No se ha resignado a su desgracia. Quiere mejorar llevado por un afán de superación, para lo cual lucha contra las adversidades propias y las del ambiente ("muchos le regañaban para que se callara"). Bartimeo estaba limitado, pero era un valiente. Intuía que el encuentro con Jesús desde la buena fe tenía que ser salvador. Y le grita cuando se acerca. Es sugerente la personalidad del ciego Bartimeo. Su mala situación no lo desanima. Insatisfecho por su suerte, busca y confía en alcanzar el milagro de una mayor capacitación. No cae en la trampa de la desesperanza. A diario sale al camino de la vida esperando que la luz y el don de Dios le lleguen a tocar el alma. Y le llegan: "Anda, tu fe te ha curado". ¿Nos vemos retratados en esta catequesis? ¿Nos hemos encontrado alguna vez como ciegos? ¿Hemos tenido reparos en gritar a Jesús? A Bartimeo no le dio ninguna vergüenza; al contrario, no hizo el más mínimo caso a los que le reñían, porque éstos no querían su bien; preferían verlo hundido en su ceguera y tirado para siempre en la cuneta de la vida. No, Bartimeo gritaba más y más: "Jesús, ten compasión de mí". ¡Qué oración tan sólida y total! Fue escuchado. Y, agradecido, siguió a Jesús haciendo camino...P.Hidalgo

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