domingo, 21 de octubre de 2018

Nosotros seguimos a un Maestro que no ambicionó honores, ni privilegios, ni poder, ni riquezas. Lejos de nosotros tales tentaciones. Él es el siervo anunciado por Isaías, que cargó con nuestros pecados y entregó su vida como expiación. Él fue probado en todo como nosotros, pero vivió con dignidad, no pecó, dio culto al Padre con su manera de vivir y de actuar. Él es nuestro Redentor que sólo quiso servir y entregar la vida por todos...

El Evangelio ha terminado con una frase que define, explica y testimonia quién y cómo es Jesús: "El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos". El punto de partida del comentario doctrinal que hace Jesús a todos los discípulos es la solicitud interesada de los hermanos Santiago y Juan. No le debió hacer ninguna gracia que le formularan aquella petición de ser los preferidos. Ni ellos ni los demás habían entendido la mentalidad de Jesús. No habían captado qué negativo es para un grupo andar con enchufes, privilegios y diferencias. Y, claro, surgió la desunión y la indignación. Jesús, reuniéndolos y tratando de componer la unidad quebrada, corrige a todos, les quita de la cabeza los delirios de grandeza y les da una lección de espiritualidad. Sus valores alternativos son la humildad, el despojo y el servicio radical. Y, para colmo de testimonio, Él mismo se pone como ejemplo y se ofrece de motivación, a ver si de esta manera le entienden mejor. ¡Qué lecciones tan estupendas y claras nos deja Jesús! Dichosa la comunidad que entiende y vive su mensaje. Dichosa la comunidad que enseña con la palabra y el ejemplo que no tiene más voluntad que la de servir, ni más poder que el de amar. Ojalá todas las comunidades cristianas fuéramos como unos focos potentes de despojo, de servicio y de comunión. Hoy Jesús nos ha vuelto a recordar por dónde va la línea de nuestra vocación. Los cristianos no hemos de correr a buscar los primeros puestos. Seguir a Jesús no es compatible con el deseo de prestigio, ni con el afán de poder, ni con ninguna ambición que no sea servir. El poder, generalmente, corrompe, es fuente de tiranía y de opresión. Por eso, Jesús alerta: "Entre vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor". Nosotros seguimos a un Maestro que no ambicionó honores, ni privilegios, ni poder, ni riquezas. Lejos de nosotros tales tentaciones. Él es el siervo anunciado por Isaías, que cargó con nuestros pecados y entregó su vida como expiación. Él fue probado en todo como nosotros, pero vivió con dignidad, no pecó, dio culto al Padre con su manera de vivir y de actuar. Él es nuestro Redentor que sólo quiso servir y entregar la vida por todos. He ahí nuestra espiritualidad. Los mejores de entre nosotros son los más sencillos y los que más sirven. Jesús es la medida de cuánto y cómo hemos de servir. En realidad, el servicio, como el amor, no tiene límites. Por eso, en nuestra mentalidad han de entrar muy hondo el sacrificio por los demás, el servicio desinteresado, la humildad elegida y la comunión con todos. Como final de nuestra reflexión, recordemos la respuesta chocante que dirige Jesús a los dos hermanos: "No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?". Y es que el Reino de Dios se logra con sacrificio y oblación.P,Hidalgo

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