domingo, 14 de octubre de 2018

Para ser buen cristiano no basta con cumplir los mandamientos. Estos son del tiempo de Moisés y Jesús los da por supuestos. Jesús invita a algo más. Y por eso el Evangelio insinúa: uno no es bueno del todo por hacer sólo lo que está mandado, sino por seguir radicalmente las indicaciones de la conciencia y del Espíritu...

La persona religiosa y creyente tiene la suerte de descubrir el valor y el alcance de la sabiduría bíblica. Es un don preferible a la salud y a la belleza, la capta el espíritu orante, ayuda poderosamente a vivir. Es el gran tesoro que da color y brillo a todos los valores. Es mucho más que lo que entendemos por sabiduría ilustrada. Enseña y no defrauda. Se afirma en criterios sólidos y nos coloca en íntima amistad con Dios. Por su parte, qué gran descripción hace la carta a los Hebreos de la Palabra de Dios: Es viva, eficaz, tajante, penetrante, juzga los deseos y las intenciones del corazón, cuestiona, ilumina, salva... Los amigos de Dios son sensibles y se esfuerzan por ser fieles a su Palabra. En el Evangelio Jesús aconseja, una vez más, que no se puede servir a Dios y al dinero. Es un error y un peligro optar por la riqueza: ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si malogra su vida? Por el contrario, es acertado y tiene un gran sentido comunitario optar por un estilo de vida pobre y desprendido. Esta opción es distintiva de los verdaderos seguidores de Jesús. En efecto, para ser buen cristiano no basta con cumplir los mandamientos. Estos son del tiempo de Moisés y Jesús los da por supuestos. Jesús invita a algo más. Y por eso el Evangelio insinúa: uno no es bueno del todo por hacer sólo lo que está mandado, sino por seguir radicalmente las indicaciones de la conciencia y del Espíritu. Esta persona que corre al encuentro de Jesús, el llamado joven rico, parece que se acerca con intenciones limpias. Sin embargo, por el transcurso de la escena se puede concluir que no. Probablemente se trata de un fariseo que sólo estaba dispuesto a ir hasta donde indicaba la ley. El caso es que con la pregunta y la primera respuesta que da, asombra a Jesús: desde chaval había cumplido los mandamientos, lo que tradicionalmente se pide a todos. Jesús le plantea algo más: que se atreva a ir más allá de lo meramente marcado por los mandamientos: "Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres..., ven y sígueme". ¿Con qué intención corrió aquella persona al encuentro con Jesús? Este le hizo una invitación a superarse, a ir a lo más difícil. Pero no quiso, dio la espalda y se retiró. Rehusó las exigencias del seguimiento cristiano. Jesús no pudo hacer otra cosa que respetar su libertad con los riesgos que se derivan de ella. Seguramente en ambos quedó una dosis de amargura, aunque de estilo diferente. En resumen, la radicalidad de Jesús no tiene fronteras. Sin un corazón libre y generoso es imposible entenderlo, como es imposible apuntarse al Reino de Dios. El apego a la riqueza genera avaricia, egoísmo, envidia, rebaja la sensibilidad y cierra el corazón a la fraternidad, despersonaliza y esclaviza. La pobreza, elegida libremente, es una propuesta de Jesús a todos los que quieren seguirlo. Es una bienaventuranza para ser feliz, un chispazo de sabiduría. Cantidad de gente piensa que el dinero abre muchas puertas; otros pensamos que cierra la sensibilidad a muchos valores. P.Hidalgo

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