domingo, 5 de enero de 2020

Domingo 2º después de Navidad - Al margen de nuestros merecimientos, Dios se ha revelado y nos ha comunicado su sabiduría, sobre todo por medio de Jesús. Su persona (hechos y palabras) es el mensaje culminante, la Palabra superior y definitiva de Dios, la que traza el estilo humano más convincente...

Comentario.- Al margen de nuestros merecimientos, Dios se ha revelado y nos ha comunicado su sabiduría, sobre todo por medio de Jesús. Su persona (hechos y palabras) es el mensaje culminante, la Palabra superior y definitiva de Dios, la que traza el estilo humano más convincente. Jesús, comunicación sabia de Dios, anunciará y advertirá con claridad que quien escucha sus palabras y las pone en práctica es persona sensata y edifica su personalidad sobre un cimiento sólido... Por eso resaltamos que Jesús es el ideal y el fundamento para vivir acertadamente. Por tanto, es inútil que nos calentemos la cabeza buscando otro. Sobre este cimiento vea cada uno cómo levanta su personalidad, porque llegará un día, el del juicio, en que la obra de cada uno quedará al descubierto. Así es. Ya ahora, acogiendo a Jesús, experimentamos la bendición de quien nos eligió antes de la creación del mundo para que fuésemos santos. El sueño de Dios Padre es que lleguemos a la experiencia de sentirnos hijos adoptivos. La Navidad confirma este plan: Dios nos invita a compartir la herencia de los santos. ¡Qué enorme y sorprendente la corazonada de Dios! Ha querido entrar en la historia como una cuña de luz. Y nos ha dejado su Espíritu para alargar esta Luz de generación en generación, de manera que podamos comprender la esperanza a la que nos llama y la riqueza de gloria que nos espera si trabajamos la santidad personal y comunitariamente. Por eso, es un desacierto y una falta de elegancia dar la espalda a esta Palabra que es Luz, Sabiduría y Amor: Vino a los suyos y los suyos no la recibieron... Sin embargo, los limpios de corazón y los sencillos son quienes ven esta Luz, entienden la Palabra y aprovechan la Sabiduría que destila. P. Octavio Hidalgo

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