domingo, 23 de septiembre de 2018

Las ambiciones vanas no conducen a nada bueno. Es nefasto para la comunidad la búsqueda de privilegios o el afán de poder que llevan a la competencia y al dominio avasallador. La especialidad de los cristianos por vocación ha de ser el servicio desinteresado y la humildad. En la Iglesia la persona más valiosa, la más digna y, por tanto, la más importante es la que ama más, la más sencilla y la que más sirve. He ahí el ideal...

Las personas buenas nunca lo han tenido fácil: En primer lugar, porque hay que ganar la batalla interior del equilibrio y del deseo de santidad; en segundo lugar, porque hay que superar muchas tentaciones del ambiente. Lo describe muy bien el libro de la Sabiduría y lo vemos plasmado en la vida de Jesús así como en la historia de tantas personas de buena voluntad. Quienes quieren ser fieles a Dios y a su conciencia sufren cantidad de acosos y de hostilidades que ellos no se buscan; se los ponen los demás. Vivir la fe con radicalidad hace que uno sea diferente, que no sea del montón. Pero esto no les gusta a los del montón, porque la vida de los buenos es un símbolo que reprocha la mediocridad de los demás. Por eso hay que eliminarlos o lograr por todos los medios que sean del montón. Éstos resisten porque Dios los ilumina y acompaña. El Evangelio presenta nuevas y desconcertantes lecciones de Jesús. Si cautivaba a tanta gente es porque enseñaba desde la experiencia. Su doctrina es, sobre todo, un testimonio. Jesús es claro y directo a la hora de enseñar. Busca estar cercano y ser práctico para el pueblo. Sin embargo, hay gente que no le entiende o no le quiere entender, tal vez porque es demasiado explícito y no oculta su destino: entrega, fidelidad, sacrificio con todas las consecuencias. Ayer, como hoy, Jesús nos parece demasiado valiente. Acaso por eso evitamos rezar: "Vete a ver lo que nos puede decir...". Constata el Evangelio que a los discípulos les daba miedo preguntarle... ¿A nosotros? En el grupo de los discípulos, hombres de carne y hueso como nosotros, había malas ambiciones. Habían discutido por el camino porque unos querían sobresalir sobre otros, con las consiguientes envidias, recelos... Jesús los sorprende, una vez más, con una doctrina que no se lleva: "Quien quiera ser el más importante, que se haga el último de todos y el servidor de todos". O sea, los mejores cristianos son aquellos que eligen no sobresalir, sino ser los últimos, los más pequeños y simples (por ejemplo, como los niños), y los que sirven a todo el mundo. En otras palabras, el mejor brillo que puede tener la personalidad de un cristiano es el de la sencillez y el servicio. Como siempre, Jesús lleva toda la razón. Las ambiciones vanas no conducen a nada bueno. Es nefasto para la comunidad la búsqueda de privilegios o el afán de poder que llevan a la competencia y al dominio avasallador. La especialidad de los cristianos por vocación ha de ser el servicio desinteresado y la humildad. En la Iglesia la persona más valiosa, la más digna y, por tanto, la más importante es la que ama más, la más sencilla y la que más sirve. He ahí el ideal. P.Hidalgo

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