domingo, 3 de abril de 2016

Domingo 2º de Pascua. Fiesta de la Divina Misericordia - Refleja el texto evangélico que la experiencia de Jesús resucitado reviste a los discípulos de coraje y decisión. Se ven iluminados y transformados. El aliento vital de Jesús los penetra hasta los tuétanos y enardece todas sus fibras. Es el Espíritu lo que Jesús les transmite para que puedan irrumpir en los ambientes con el talante místico y evangelizador de los verdaderos testigos y con el sentido misericordioso del perdón..."

COMENTARIO DEL EVANGELIO DOMINGO II DE PASCUA Dice el libro de los Hechos que los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo; que la gente se hacía lenguas de ellos; que crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. El autor del libro presenta el ideal dinámico de la primera comunidad, es decir, lo que debería ser y hacer toda comunidad cristiana auténtica. La experiencia progresiva de Jesús resucitado se va convirtiendo en una fuerza arrolladora, en testimonio impetuoso, en mística sanante. Vivían intensamente al aire del Espíritu; por eso abundaban los signos proféticos y un testimonio que despertaba admiración. Miremos ahora nuestra realidad personal, familiar, comunitaria. Tenemos todo el tiempo de Pascua para considerar el alcance de la resurrección y meditar el significado profundo de Jesús vivo y redentor. El libro del Apocalipsis lo presenta radiante, glorioso, extasiando y animando a las Iglesias: "No temas, Yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno". Sí, no se puede ser testigo de Dios y del Evangelio con miedo, con indecisión o con bajas vibraciones. La escena catequética del Evangelio nos describe, en primer lugar, la reacción de los discípulos tras la captura y muerte de Jesús. Se encerraron, se contagiaron la tensión unos a otros, estaban turbados en el cuerpo y en el alma. Pero Jesús nunca abandona a los suyos y menos cuando están aplanados por la frustración. Superando todos los obstáculos, se presenta ante ellos y les saluda con el gesto de la paz. Es su mejor señal de identificación y el regalo que más necesitan. Su presencia es sorprendente y dinamizadora. Les dice: Nada de estar encerrados; fuera todo temor. Abrid las puertas y las ventanas; gritad con la palabra y con el testimonio que estoy entre vosotros impulsando a vivir. Id y haced misión. Refleja el texto evangélico que la experiencia de Jesús resucitado reviste a los discípulos de coraje y decisión. Se ven iluminados y transformados. El aliento vital de Jesús los penetra hasta los tuétanos y enardece todas sus fibras. Es el Espíritu lo que Jesús les transmite para que puedan irrumpir en los ambientes con el talante místico y evangelizador de los verdaderos testigos y con el sentido misericordioso del perdón. La mentalidad de Tomás es la típica de tantos y tantos: "Si no meto mis manos y no lo veo, no creeré". ¿Qué es lo que hay que comprobar? ¿Las experiencias profundas nos llegan por los sentidos o por el corazón? No por palpar mucho, se experimenta más... En verdad, creer es un don. Pero no siempre experimentamos la presencia de Dios con normalidad y evidencia. El caso de Tomás lo ha podido vivir cualquiera. El testimonio de los otros discípulos no es suficiente para él. Ahora bien, no se experimenta a Dios midiéndolo todo con los sentidos. La fe es una captación espiritual, gratuita, que supera los sentidos y se acrecienta cuando la vivimos en comunidad. Por eso, ausente de la comunidad, Tomás no creía. Insertado en la comunidad, pudo exclamar: "¡Señor mío y Dios mío!". El Espíritu y la comunidad son las grandes mediaciones de la fe. P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.

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