sábado, 12 de marzo de 2016
DIA DEL SEMINARIO 2016 - CATEQUESIS PARA ADULTOS - LA CESTA ROTA.
En tiempos de los Padres del Desierto sucedió que un hermano de Escite
cometió una falta. Los ancianos pidieron al Abba Moisés que se reuniera
con ellos. Sin embargo, este se negó a acudir. Un sacerdote le envió un
mensaje en éstos términos: «Ven, la comunidad de hermanos te espera».
Al recibirlo, el Abba se levantó y se puso en camino, llevando una vieja
cesta rota que llenó de arena y arrastró tras de sí. Los ancianos acudie
ron a su encuentro, y le preguntaron: «¿Qué es eso, padre?». El anciano
respondió: «Mis pecados se derraman tras de mí y no lo veo, ¿cómo voy
entonces a juzgar los pecados de otros?». Oyendo esto, no dijeron nada
al hermano que había cometido la falta, y le perdonaron.
Antes de adentrarnos en la reflexión sobre el perdón sacra
mental podemos preguntarnos:
a.¿Recuerdo alguna experiencia donde el perdón de alguien haya
sido una verdadera liberación para mí?
b.¿Realmente marca esa experiencia mi vida cuando mi prójimo
me ofende?¿Necesitamos un perdón divino?
Ciertamente todos somos conscientes de que no somos per
fectos, y que necesitamos el perdón de los demás. ¿Pero ocurre lo
mismo cuando afirmamos que necesitamos el perdón de Dios? Sin
duda, los cristianos sabemos que sí.
Esto es comprensible desde la categoría de encuentro: si la
vida del cristiano tiende hacia el encuentro con Jesucristo, y solo
en ese encuentro se haya la verdadera felicidad del ser humano, en
tonces todos estamos llamados a dar plenitud a nuestra vocación de
cristianos en el encuentro con el Hijo de Dios.
Sin duda ya nuestro bautismo nos posibilita para esta relación
con Dios, en Cristo (cf. CCE, n. 1227). Sin embargo, el encuentro
con Dios que se da en el bautismo no suprime nuestra libertad, que
Dios respeta hasta el punto de saber que podemos llegar incluso a
darle de nuevo la espalda. Y, ¿qué hace? No se queda aguardando
a que nuestra vida caiga en el “sinsentido”, especialmente porque
sabe que sin la ayuda de su Espíritu, el hombre no es capaz de volver
a estar junto a Él. Mediante sus signos, especialmente mediante la
Iglesia (cf. CCE, n. 1426), nos invita continuamente a la conversión.
Por eso, consciente de nuestras limitaciones, Jesús instituye el
sacramento de la reconciliación. En este sacramento otorga al hom
bre el perdón que nace del amor de Dios y lo capacita para respon
der al encuentro para el que Dios sale en su búsqueda, aguardando
esperanzadoramente que se produzca, pues «habrá más alegría en el
cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve
justos que no necesitan convertirse» (Lc15, 7).
Dicho de forma más sintética:
¿Por qué hay un sacramento de la reconciliación después del bautismo?
Puesto que la vida nueva de la gracia recibida en el bautismo, no
suprimió la debilidad de la naturaleza humana ni la inclinación al
pecado (esto es, la concupiscencia), Cristo instituyó este sacramento
para la conversión de los bautizados que se han alejado de Él por el
pecado (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 297).
Si bien es verdad que Dios perdona, también lo es el hecho
de que la misericordia divina no se impone. El hombre necesita
caer en la cuenta de cómo sus actos y actitudes concretas hacen
que le dé la espalda a Dios. Necesita ser consciente de que debe
levantarse y volver a la casa del Padre para recibir su abrazo amo
roso y misericordioso (cf.
Lc15, 20). Y debe descubrir que esto no
ocurre una ni dos ni tres veces, sino que el sacramento de la recon
ciliación es una gracia divina que posibilitará el camino de conver
sión que abarca toda su vida. No en vano el papa lo ha señalado
como el medio privilegiado para encontrar el camino hacia Dios
y el sentido de la propia existencia en este año de la Misericordia:
Muchas personas están volviendo a acercarse al sacramento de la re
conciliación y entre ellas muchos jóvenes, quienes en una experiencia
semejante suelen reencontrar el camino para volver al Señor, para vi
vir un momento de intensa oración y redescubrir el sentido de la pro
pia vida. De nuevo ponemos convencidos en el centro el sacramento de
la reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la
grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verda
dera paz interior (Misericordiae Vultusn. 17).
Un regalo de Dios y una invitación en este año de la Miseri
cordia. Y ante ello:
1.¿Cómo valoro el sacramento de la reconciliación?
2.¿Supone para mi vida un momento de encuentro con Dios?
3.¿Soy consciente de cómo este sacramento me compromete a
caminar aún más decididamente hacia Cristo y me concede la
fuerza para realizarlo?
2. El sacerdote, enviado por Dios a reconciliar
Y aún nos queda un paso por dar. Aun reconociendo la nece
sidad del perdón divino, ¿puede darse este sin la mediación de los
sacerdotes? Cuántas veces habremos escuchado por la calle expre
siones como «¿y qué le importará al cura lo que yo haga?» o «yo me
confieso directamente con Dios».
¿Por qué el sacramento de la reconciliación precisa del sacer
dote? Pues sencillamente porque Cristo quiso continuar su obra de
curación y de salvación mediante la Iglesia. Y por ello a ella le deja
la fuerza de su Espíritu (CCE, n. 1421). Concretamente confía el
ministerio de la reconciliación a sus Apóstoles (cf.
Jn 20, 23; 2 Cor5, 18), el cual sigue siendo realizado hoy por sus sucesores, los obis
pos, y sus colaboradores, los sacerdotes (cf. CCE, n. 1461).
Esta no es una tarea más, es un envío concreto de Jesucristo
a todos los sacerdotes: ejercer el ministerio pastoral buscando a las
ovejas perdidas, alentándolas a participar de la reconciliación con
Dios. Actuar como el buen samaritano curando sus heridas, aco
ger a quien ha errado en su vida como el Padre al Hijo pródigo.
Efectivamente mediante la reconciliación el sacerdote está llamado
a ser «misericordioso como el Padre» de una forma privilegiada (cf.
Misericordiae Vultus, n. 13). El sacerdote es, en definitiva, «el signo
y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador»
(CCE, n. 1465). Y esta es una importante concreción de su misión:
«El presbítero deberá dedicar tiempo –incluso con días, horas
establecidas– y energías a escuchar las confesiones de los fieles,
tanto por su oficio, como por la ordenación sacramental, pues los
cristianos –como demuestra la experiencia– acuden con gusto a
recibir este sacramento, allí donde saben y ven que hay sacerdotes
disponibles. Asimismo, que no se descuide la posibilidad de facilitar
a cada fiel la participación en el sacramento de la reconciliación y la
penitencia también durante la misa. Esto se aplica a todas partes, pero
especialmente a las zonas con las iglesias más frecuentadas y a los
santuarios, donde es posible una colaboración fraterna y responsable
con los sacerdotes religiosos y los ancianos»
2.Para aquel que se acerca al sacramento de la reconciliación,
la confesión es un verdadero regalo divino que le permite caminar
hacia Dios sintiendo la paz interior de la que nos hablaba el papa.
Entonces, cuánto más regalo será para el sacerdote el sentirse en
viado por Dios para posibilitar esta reconciliación con los hombres.
Por eso la confesión, antes que una tarea, es un regalo para el sacer
dote, llamado a ser instrumento de la gracia divina que posibilita la
reconciliación del hombre con Dios. Veamos un testimonio que nos
ayude a ver la inmensa alegría de un sacerdote ante este sacramento.
Servidor del Evangelio
3- Soy un sacerdote claretiano. Han pasado ocho años y medio
desde que fui ordenado. Por un lado, parece poco tiempo; por otro,
ya hay muchas cosas vividas. Ocho primaveras, ocho veranos, ocho
otoños... «Cada día tiene su afán» (Mt6, 34).
Recuerdo que, un par de años antes de la ordenación, hice
un curso en la universidad sobre la “teología del ministerio ordenado”.
El mismo nombre me ayudó a comprender mejor mi vocación.
“Ministro”, del latín “minister”, servidor. Y “ordenado” con un sa
cramento que cualifica para realizar una misión: servir al Evangelio
de Jesucristo por medio de los sacramentos, la palabra y la caridad.
Y a lo largo de estos años, día a día, he podido ir dando y recibiendo
a través de este servicio.
Servidor de los sacramentos
... Hacer lo que Jesús hizo y decir
lo que él dijo para hacer presente a Dios en la vida de las personas:
al nacer a una nueva vida, al reconocerse pecador ante el Padre, al
sentarse a la mesa de Jesús en comunidad, al unirse en pareja para
crear una familia, al asumir la enfermedad y pedir la fuerza del Espí
ritu... Celebraciones llenas de vida donde el Dios de la Vida se hace
presente con fuerza en las personas. Recuerdo muchos momentos,
quizá algunos de los más fuertes están vinculados al sacramento de
la reconciliación. Me acuerdo de una tarde en un pueblo de Perú,
en una celebración comunitaria del perdón; una persona fue capaz
de abrirse y reconciliar toda una vida. Y uno se siente pequeño, y
resuenan en él aquellas palabras de san Pablo: «Todo proviene de
Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministe
rio de la reconciliación» (2 Cor5, 18).
Todo proviene de Dios, y su reconciliación es un verdadero
regalo, como también lo es el que continúe mandando sacerdotes, el
que siga eligiendo a personas que, pese a sus problemas y limitacio
nes, están llamadas a transmitir su Amor por el mundo, a ser reflejo
de su misericordia, a posibilitar, mediante la gracia del Espíritu, el
encuentro sacramental con Cristo y, en definitiva, que son enviados
para reconciliar y para que el hombre, respondiendo a su más pro
funda vocación, alcance la verdadera felicidad junto a Dios.
1.Ante esta realidad, ¿siento a los sacerdotes como un regalo de
Dios, pese a sus defectos?
2.¿Me siento responsable, con mi oración, de pedir más vocacio
nes sacerdotales?
3.¿Me he preguntado alguna vez si Dios me llama a mí para este
servicio?
Conclusión
En este Día del Seminario 2016 ofrezcamos nuestra oración
por los sacerdotes, agradeciendo a Dios por el don de su sacerdocio,
por hacerlos instrumento de su misericordia al enviarlos a reconci
liar, poniendo en sus manos la gracia del perdón. Pidamos también
por las vocaciones sacerdotales, haciendo nuestro el mandato de
pedir obreros para su mies (cf.
Lc 10, 2), testigos misericordiosos del Amor de Dios.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario