sábado, 24 de febrero de 2018

La transfiguración de Jesús en lo alto del monte es una experiencia mesiánica de gran calado. Deja estupefactos a los tres discípulos: "¡Qué bien se está aquí!", dice Pedro. Llegan a descubrir que Jesús es más que Moisés y Elías juntos, es decir, más que toda la Ley y todos los profetas anteriores. Reciben el impacto de que Jesús es la Palabra culminante y definitiva de Dios. Por eso, en adelante es a Él a quien hay que escuchar y seguir...

COMENTARIO: Creyente es aquel que se fía de Dios y le hace caso, pero no de una manera ingenua, sino por impacto y experiencia religiosa. Abrahán es considerado por judíos, cristianos y musulmanes como el Padre de todos los creyentes, es decir, de los que obedecen a Dios. Cree contra toda esperanza. Primeramente cree en la posibilidad de un hijo humanamente imposible y luego se atreve a renunciar a él por obediencia a Dios. Abrahán es de esos creyentes con casta que demuestran con hechos una verdad fundamental: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Ahora bien, lo que la fe fue para Abrahán y para los grandes creyentes, ha de ser también para nosotros: apertura a los planes de Dios, entrega de la mente y del corazón, actuación comprometida y confianza en el Espíritu. La fe es un gran don y una ayuda poderosa para ser persona. Vivir la fe es lo que caracteriza a un creyente. Esto se traduce en una existencia acorde con el plan de Dios, con el seguimiento de Jesús; por tanto, con un estilo testimonial y comprometido. La vida es el campo donde se ejercita la fe. Para Jesús la gran señal de que uno cumple como creyente es la caridad y la solidaridad. Toda la ley y los profetas se resumen en amar a Dios y al prójimo. Por consiguiente, la fe no es sólo para el templo o para los locales parroquiales; es también e importantemente para la vida laboral, familiar, para la calle, el ocio, etc. La segunda lectura insiste en un mensaje: Dios salva solamente. Este es su oficio y su bendita manía. Si nos ha entregado a su propio Hijo como mártir por nuestra salvación, ¿cómo nos puede condenar? El amor divino sólo inspira salvación. Por eso, nuestra respuesta debe ser la santidad. La transfiguración de Jesús en lo alto del monte es una experiencia mesiánica de gran calado. Deja estupefactos a los tres discípulos: "¡Qué bien se está aquí!", dice Pedro. Llegan a descubrir que Jesús es más que Moisés y Elías juntos, es decir, más que toda la Ley y todos los profetas anteriores. Reciben el impacto de que Jesús es la Palabra culminante y definitiva de Dios. Por eso, en adelante es a Él a quien hay que escuchar y seguir. Los tres discípulos vivieron esta experiencia con gran asombro, hasta el punto de olvidarse que están en la cima del monte. Pero Jesús se encarga de volverlos a la realidad. Y la realidad de cada día no está en lo alto del monte, sino abajo, donde vive el pueblo con sus problemas y sus quejas. El monte es bueno para oxigenar el espíritu y para fortalecer la moral en vistas al compromiso, pero nunca puede evadir o alejar de la realidad. Vista así la vida cristiana, es atractiva y fascinante porque aporta hondas experiencias que motivan a caminar hacia nuevas metas y a escalar montañas de valores. Según esto, todos necesitamos impactos cautivadores y golpes de gracia, como el vivido por los tres discípulos en el monte Tabor, para cargar las pilas de mística evangélica. P.Hidalgo

domingo, 18 de febrero de 2018

La Cuaresma nos brinda la oportunidad de enlazar con lo más genuino y dinámico de la tradición bíblica y cristiana, y de repensar el propio bautismo con su simbolismo de alianza. En efecto, por el bautismo cada cristiano establece alianza con Dios por Jesús en el Espíritu. El bautismo es orientación y proyecto de vida, conversión creciente. Pero no hay conversión posible si uno no es consciente de sus pecados. Por eso necesitamos silencio, retiro, concentración para promover la conversión bautismal como apunta San Pedro: no se trata de limpiar una suciedad corporal, sino de pedir a Dios y de alcanzar una conciencia pura.

Los pactos de Dios son una constante bíblica, que alcanzan su expresión más significativa en la Alianza. La gran Alianza que siempre se le recordará al pueblo del Antiguo Testamento es la establecida en el éxodo de Egipto junto al monte Sinaí. La nueva y definitiva Alianza para nosotros es Jesús, nuestro Redentor. La Cuaresma nos brinda la oportunidad de enlazar con lo más genuino y dinámico de la tradición bíblica y cristiana, y de repensar el propio bautismo con su simbolismo de alianza. En efecto, por el bautismo cada cristiano establece alianza con Dios por Jesús en el Espíritu. El bautismo es orientación y proyecto de vida, conversión creciente. Pero no hay conversión posible si uno no es consciente de sus pecados. Por eso necesitamos silencio, retiro, concentración para promover la conversión bautismal como apunta San Pedro: no se trata de limpiar una suciedad corporal, sino de pedir a Dios y de alcanzar una conciencia pura. Vivir la alianza bautismal y la conversión creciente es muy difícil, aunque no imposible. Todo lo que se dio en Jesús es posible para cualquier cristiano. El problema estriba en la tentación que ronda y amenaza siempre. El primer domingo de Cuaresma nos recuerda cada año que la tentación es una realidad que merece profunda consideración. No es asunto de importancia menor, ni ha pasado de moda, por más que alguno lo piense. Para Jesús fue asunto decisivo y principal. Así lo recogió en la oración que nos dejó como testamento: "No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal". Antes de lanzarse a la misión profética, Jesús sufrió en el desierto un fuerte debate interior: la voluntad de Dios y el ideal de su Reino le atraían poderosamente; pero, como criatura humana, sufrió el asalto de la tentación. Jesús optó por seguir al Espíritu de Dios y se reafirmó en poner la vida al servicio del ideal que tenía decidido. Y así, con los criterios renovados, salió del desierto absolutamente decidido por el Reino de Dios. El afán de poder, el deseo de tenerlo todo, de usar y abusar de todo, de consumir a ultranza, etc., son tentaciones que nos envuelven socialmente. Hay quien piensa que no está prohibido nada y que poseerlo todo es vivir como dioses. Pero el ser humano, después de probarlo todo, se encuentra vacío, más pobre que nunca y profundamente defraudado. Al comienzo de la Cuaresma se nos recuerda que la tentación está ahí, no ha desaparecido. Jesús la padeció, pero la venció. ¿Nosotros? P. Hidalgo.

miércoles, 14 de febrero de 2018

La Cuaresma es una ocasión propicia para reforzar convicciones y compromisos; por ejemplo, austeridad frente al consumismo, pensar bien de los demás frente a hablar mal de ellos, no creernos los mejores y pensar que los malos son los otros, etc. Haremos muy bien, además, si nos echamos a la cara las Bienaventuranzas (Mt 5,2-12). Jesús condensa en ellas el ideal cristiano. Al mirarnos en su espejo nos podemos preguntar: ¿Qué nos falta?, ¿qué nos sobra?

Con el Miércoles de Ceniza comenzamos la preparación para la Pascua. Nos preparamos para vivir, como conviene, el gran acontecimiento de la Historia de la Salvación: el paso de la muerte a la vida de Cristo con toda su transcendencia y motivación. La Iglesia nos recuerda que esta preparación consiste en buscar una conversión cada vez más sincera y perfecta mediante la meditación profunda de la Palabra de Dios, la vivencia de los sacramentos, la oración, las privaciones voluntarias -de las que son un ejemplo el ayuno y la abstinencia- y la renuncia al egoísmo. Se trata de poner todos los medios en juego para ahondar y avanzar en el vivir cristiano. La Cuaresma es una ocasión propicia para reforzar convicciones y compromisos; por ejemplo, austeridad frente al consumismo, pensar bien de los demás frente a hablar mal de ellos, no creernos los mejores y pensar que los malos son los otros, etc. Haremos muy bien, además, si nos echamos a la cara las Bienaventuranzas (Mt 5,2-12). Jesús condensa en ellas el ideal cristiano. Al mirarnos en su espejo nos podemos preguntar: ¿Qué nos falta?, ¿qué nos sobra? En Cuaresma se nos pide, ante todo, misericordia. Y la misericordia, bien entendida, es: — Sentir la miseria del hermano. — Practicar el amor ante la miseria del hermano. — Demostrar con gestos y acciones la preocupación por todos los hermanos. Hay obras de misericordia que son individuales; por ejemplo: — Dar esperanza al que está desanimado. — Consolar y animar al triste. — Ayudar a encontrar trabajo. — Visitar al enfermo. — Ayudar al empobrecido. — Recuperar al delincuente. Hay otras obras de misericordia que son colectivas: — Combatir las injusticias. — Defender la paz. — Trabajar por la unión de los vecinos. — Apoyar iniciativas y gestos de solidaridad. Muchas veces la vida misma se encarga de presentarnos alternativas para mejorar. Jesús es luz, don de Dios, Palabra con fuerza renovadora, agua viva, buen Pastor... Y en Cuaresma Jesús es el gran testigo de la misericordia y del perdón de Dios. P.Hidalgo

domingo, 11 de febrero de 2018

Según la tradición judía, había que arrinconar a los leprosos, apartarlos de la vida social como impuros; eran contagiosos: nadie se podía acercar a ellos y, menos aún tocarlos. Era la manera de defenderse de esta enfermedad incurable y peligrosa.

Según la tradición judía, había que arrinconar a los leprosos, apartarlos de la vida social como impuros; eran contagiosos: nadie se podía acercar a ellos y, menos aún tocarlos. Era la manera de defenderse de esta enfermedad incurable y peligrosa. Pero Jesús, que no ha venido a romper sin más con las tradiciones, pero sí a mejorarlas, en este caso no podía seguir la corriente de las costumbres que habían ido fraguando. Ante el leproso sintió lástima, extendió la mano y lo tocó. Violó la ley, pero no por ello se sintió impuro ni con la fama manchada, como recalcaban los más tradicionalistas. Al contrario, se sintió bien por ayudar y curar a una persona. Como se sentía igualmente bien cuando ayudaba a las prostitutas, se reunía con los publicanos y comía con los pecadores públicos. Había venido para esto: para estar sobre todo con los pecadores, con los socialmente corrompidos, a fin de poder recuperarlos para la sociedad y para el Reino de Dios. Si somos un poco reflexivos, probablemente caeremos en la cuenta del peligro que corremos todos de marginar y de ser marginados: Si alguien no me cae bien, lo aparto de mi camino; si para alguien soy antipático, me borra de su lista; si uno me ha hecho una jugada, lo elimino de mi círculo. No es raro oír: "Yo con éste no me hablo", "tal persona acabó para mí", "esa familia es la peor del bloque; con ellos no hay nada que hacer", etc. Si analizamos nuestras reacciones seguramente descubrimos que muchas veces marginamos porque nos dejamos llevar por los prejuicios, porque emitimos juicios de valor discriminatorios, porque somos rencorosos y cortamos la relación con algunas personas, etc. ¿Qué causas ha habido? ¿Qué lepras hemos encontrado en ellas para alejarlas? ¿Cómo debemos proceder si nos consideramos verdaderamente cristianos?. El amor cristiano no admite ninguna marginación; es compasivo ante el sufrimiento y las necesidades de los desfavorecidos. Precisamente por estas fechas la Organización no gubernamental Manos Unidas promueve la Campaña contra el Hambre. El paisaje de la pobreza y la marginación se va ensanchando día a día en el mundo. No está lejos de nosotros. Nos han golpeado mucho con la propaganda del bienestar y lo que vemos es un panorama de pobreza que martillea el alma. La situación del Tercer y Cuarto Mundos es trágica. No es problema de un solo día, sino de todo el año y de todos los años. Manos Unidas nos propone reflexionar sobre nuestro modo de vivir, sobre las necesidades que nos inventamos, sobre el sentido de lo imprescindible y lo superfluo en relación con las imágenes dramáticas que alguna vez hemos visto en la televisión. Hay solución si practicamos la caridad cristiana y si promovemos una cultura de solidaridad. ¿Qué podemos aportar nosotros? P. Hidalgo

domingo, 4 de febrero de 2018

El pasaje evangélico resalta cómo la gente, necesitada de salud y de salvación, buscaba a Jesús y cómo Él sabe compaginar compromiso y oración. Ambas cosas son principales; pero hay que saberlas armonizar con equilibrio. Para Jesús la oración es una constante en su vida y el motor de su actividad. Es consciente de que el activismo no le puede dominar. Por eso en ocasiones prefirió el silencio y la oración, aunque supiera que muchos lo andaban buscando. También Él necesitó alimentar el compromiso en la comunicación con el Padre. Y es que la evangelización pierde mística si no se nutre y se sustenta en la oración...

La cuestión que está latente en el pasaje del libro de Job es el sentido de la vida, una cuestión que nos asalta más agudamente cuando vivimos momentos difíciles. El debate interior es tan fuerte que Job se encuentra como en un laberinto: no hay salida, ni luz, ni esperanza... La vida es una esclavitud penosa, una pasión inútil, un trabajo rudo que hay que soportar, una escena corta que pasa infelizmente... De esta manera, concluye, no merece la pena vivir. Si la realidad fuera tan cruda y chata, si no hubiera otras perspectivas, pensaríamos como Job. Pero, gracias a Dios, no es así. La vida tiene un gran sentido si se pone al servicio de un bello ideal. Cuando una persona vive con ideal, no sólo le brillan los ojos y le canta el alma, sino que le falta tiempo para desarrollar tantas iniciativas como le surgen del interior. No obstante, hay que reconocer que no es fácil vivir a diario con ilusión, que seguir el ideal es costoso, que tender a la plenitud exige sacrificio y constancia. Pero nosotros contamos con la fe y con el Evangelio para hacer camino con el talante y el ritmo de un líder consagrado: Jesús de Nazaret. El ayuda a dar profundo sentido a la vida. Seguramente lo hemos experimentado todos: Cuando el Evangelio se convierte en el motor de la vida, es que ha entrado tan dentro de nosotros que no nos queda más remedio que pregonarlo. Y de una manera voluntaria y gratuita. Así de intenso es el testimonio personal que nos comenta San Pablo. El deber que siente como creyente, después de haber sido alcanzado por Jesús, es evangelizar. Es una necesidad, una responsabilidad, una urgencia irrenunciable: "¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!". He ahí el compromiso que le apasiona como apóstol. Evangelizar es también la gran tarea del cristiano, su razón de ser, un oficio que se cumple con hechos y con palabras; de lo contrario, se corre el peligro de que la Buena Noticia quede desfigurada. Es urgente evangelizar para alcanzar el Reino de Dios. Para ello hay que quitar del medio a muchos demonios, muchas fiebres.... como hacía Jesús. El pasaje evangélico resalta cómo la gente, necesitada de salud y de salvación, buscaba a Jesús y cómo Él sabe compaginar compromiso y oración. Ambas cosas son principales; pero hay que saberlas armonizar con equilibrio. Para Jesús la oración es una constante en su vida y el motor de su actividad. Es consciente de que el activismo no le puede dominar. Por eso en ocasiones prefirió el silencio y la oración, aunque supiera que muchos lo andaban buscando. También Él necesitó alimentar el compromiso en la comunicación con el Padre. Y es que la evangelización pierde mística si no se nutre y se sustenta en la oración. Gran ejemplo el que nos deja Jesús en este pasaje evangélico: por un lado, sensibilidad y cercanía con los que sufren; por otro, profunda condición creyente y orante. Si alguien dice que no tiene tiempo para rezar, porque tiene mucho que hacer, no ha entendido a Jesús. Sinceramente la actividad nunca puede justificar la falta de oración. P.Hidalgo