sábado, 12 de marzo de 2016
DIA DEL SEMINARIO 2016.-. CATEQUESIS PARA ADULTOS.
1. Introducción
En medio del Jubileo extraordinario de la Misericordia, el papa
Francisco nos invita a acercarnos a la experiencia del perdón. No en
vano nos recuerda cómo el mensaje de Jesucristo es un mensaje de
salvación, que nos concede el perdón:
Por su parte, Jesús habla muchas veces de la importancia de la fe,
más bien que de la observancia de la ley. Es en este sentido en el que
debemos comprender sus palabras cuando estando a la mesa con Ma
teo y sus amigos les dice a los fariseos que le reprochaban que comía
con los publicanos y pecadores: «Vayan y aprendan qué significa: Yo
quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar
a los justos, sino a los pecadores»(Mt 9, 13). Ante la visión de una
justicia como mera observancia de la Ley que juzga, dividiendo per
sonas en justos y pecadores, Jesús se inclina por mostrar el grande
don de la misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el
perdón y la salvación. Se comprende por qué en presencia de una
perspectiva tan liberadora y fuente de renovación, Jesús haya sido
rechazado por los fariseos y por los doctores de la ley (
Misericordiae Vultus, n. 20).
Experimentar el perdón, sentirnos perdonados, es la forma
privilegiada de vivir este año de gracia al que estamos convocados
por el papa. Solo sintiéndonos perdonados seremos capaces de no
juzgar a nuestro prójimo, sino vivir para él desde la misericordia,
siendo reflejo de la Misericordia divina.
Todos alguna vez hemos sentido la experiencia del perdón.
Nadie entre nosotros vive sin cometer faltas, que en ocasiones pue
den hacer mucho daño a quienes tenemos alrededor, e incluso a
nosotros mismos. Y cuando esto sucede, ¿no buscamos la mirada
compasiva de nuestro prójimo? ¿No ansiamos su perdón, sin el cual
vivimos en la angustia de quien se sabe autor del dolor de su her
mano? La pregunta de Caín, «¿soy yo el guardián de mi hermano?»,
(Gén 4, 9) no es sino la justificación de quien sabe a su hermano do
lorido por su culpa, la cual pesa en su propia espalda. Quizá por ello
Caín al verse descubierto afirma: «Mi culpa es demasiado grande
para soportarla» (Gé n4, 13).
Pero, ¿qué ocurre al comprendernos perdonados? Es verdad
que esto no borra nuestra falta, pero la alegría de saber que somos
queridos, pese a nuestros fallos y limitaciones, es tan grande que
nuestra existencia cobra un sentido nuevo. Ese sentido nos da una
visión nueva de la vida, que queda marcada desde la comprensión,
la misericordia y el amor por los demás. Y es una experiencia nece
saria para el cristiano, pues el mismo Jesús nos advierte que «al que
poco se le perdona, ama poco» (Lc7, 47).
Efectivamente todos necesitamos sentirnos perdonados. Sin
embargo, ¿qué ocurre cuando somos nosotros quienes tenemos que
perdonar? Que nuestra reacción no siempre es la de la misericordia,
sino más bien la del juicio. Qué fácil es, mirando a nuestras vidas, el
vernos reflejados en aquel criado a quien le perdonan los diez mil
talentos, pero él no es capaz de perdonar a su compañero, quien solo
le debía cien denarios (cf. Mt18, 23-34). A veces es necesario el hacer
una pausa antes de juzgar a los demás, para mirar a nuestra propia
vida. Si lo hiciéramos así, ¿sería igual la mirada que ofreciéramos a
nuestro prójimo? Más bien descubriríamos el verdadero sentido de las
palabras de Jesús: «El que esté sin pecado, que tire la primera piedra»
(J 8, 7). Quizá esta breve historia nos ayude a verlo con más claridad
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