domingo, 25 de septiembre de 2016

De nuevo una parábola nos pone al corriente de los peligros que acarrea la riqueza. La realidad lo confirma muchas veces: los ricos terminan perdidos en el laberinto engañoso de las riquezas, pierden sensibilidad ante las necesidades y los lamentos de los pobres y malgastan la vida encarcelados en un necio egoísmo...

COMENTARIO: De nuevo una parábola nos pone al corriente de los peligros que acarrea la riqueza. La realidad lo confirma muchas veces: los ricos terminan perdidos en el laberinto engañoso de las riquezas, pierden sensibilidad ante las necesidades y los lamentos de los pobres y malgastan la vida encarcelados en un necio egoísmo. Esta parábola del rico y del pobre describe y denuncia la insolidaridad y las desigualdades escandalosas que hay entre los seres humanos. Al mismo tiempo avisa del trágico y amargo final que tienen los que no comparten, los que apagan la sensibilidad y niegan a los pobres. Sabemos que hay muchos millones de personas que padecen escasez, miseria y hambre. Puede que incluso cerca de nosotros haya mendigos con nombre propio. En los países desarrollados hay también "bolsas de pobreza". ¿Cómo explicamos esto con el Evangelio en la mano? Este pasaje nos recuerda que cuando no hay sensibilidad, acontece el egoísmo y la corrupción. La tentación de tener y disfrutar egoístamente nos ronda a todos. Cada día hay más propaganda seductora creando nuevas necesidades; parece que la felicidad no es posible sin tener y consumir muchas cosas, cuando en realidad se fundamenta en otros valores. Jesús, como Amós el profeta, manifiesta cuánto le duelen las desigualdades causadas por el egoísmo y la dureza de corazón. Y es que el alma se puede secar tanto que ya no cabe la conversión, aunque la testimoniara un muerto. El cambio es posible si hay experiencia de espíritu y de fe. Por eso, ¡qué razón tiene el Evangelio! Si no hacemos caso a los testigos presentes y a los muchos signos de los tiempos, tampoco nos fiaríamos de un testigo resucitado. Sin sensibilidad, la solidaridad es imposible. Alguien puede pensar todavía: parece mentira que el rico no se diera cuenta antes de la solución. Comento: ¡Qué difícil es la generosidad si no se ha descubierto el valor de la pobreza! Muchos preferimos abrir el corazón a las riquezas antes que al Evangelio. Pero cuando éstas se apoderan del corazón, nos ciegan. Digamos, por último, que los consejos de San Pablo a Timoteo completan el mensaje de este día: "Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza". En efecto, practicando tales virtudes, el Reino de Dios brota y crece con potencia. Seamos humanos y hagamos la convivencia feliz. P.Octavio Hidalgo

domingo, 18 de septiembre de 2016

En la Biblia la tesis está muy clara: Dios y el dinero son incompatibles. Dios ayuda, libera; el dinero esclaviza, traiciona, divide... Por eso, Jesús afirma de una manera rotunda: "No podéis servir a Dios y al dinero". Cuando éste llega a obsesionar, es como una droga o un veneno que acaba dañando por completo...

COMENTARIO DEL EVANGELIO: El profeta Amós denuncia con valentía las injusticias y los atropellos que cometen las personas que idolatran el dinero. Por tener y dominar, están dispuestas a pisar a quien se ponga por delante. La avaricia es insaciable y corrompe hasta lo inimaginable. Pero Amós sentencia con autoridad: "Jura el Señor que no olvidará vuestras acciones". Es decir, Dios no es ingenuo; nos corregirá y pedirá cuentas hasta que reconozcamos nuestras vergüenzas. Esta denuncia crítica de Amós es trasladable a cualquier otro momento de la historia. El que tiene dinero manda, domina, engaña, influye, oprime, pero no es feliz. iQué difícil es curar esta fiebre y vencer esta tentación! Son muchos los que adoran al dinero y por él venden hasta la propia dignidad. Pero las consecuencias son desastrosas. En la Biblia la tesis está muy clara: Dios y el dinero son incompatibles. Dios ayuda, libera; el dinero esclaviza, traiciona, divide... Por eso, Jesús afirma de una manera rotunda: "No podéis servir a Dios y al dinero". Cuando éste llega a obsesionar, es como una droga o un veneno que acaba dañando por completo. En el fondo, el mensaje evangélico nos recuerda el mandamiento de "amar a Dios sobre todas las cosas". No se puede servir a dos señores. No se puede tener el corazón dividido. Si Dios no es Señor de nuestro corazón, si nos domina la materia obsesivamente, no es de extrañar que aparezca todo tipo de corrupción. El ideal es ser personas como Dios quiere, no ser ricos obsesivamente. Esta parábola del administrador injusto puede desconcertar; no es fácil entenderla a primera vista. ¿Qué quiere decir Jesús? Relacionándola con las sentencias finales, podemos sacar estas conclusiones: — Hemos de emplear la inteligencia y el ingenio para lo bueno, no para lo malo. Los hijos de la luz hemos de ser sagaces, pero jugando limpio. — No se ensalza el fraude ni la corrupción, sino la imaginación y la astucia creativa para salir de los aprietos. ¿Van a ser más listos los hijos de las tinieblas que los hijos de la luz? — El Reino de Dios se construye a base de honradez, desprendimiento y fidelidad. Pero si no somos de fiar en la gestión de las cosas pequeñas y ordinarias, ¿cómo nos van a confiar proyectos importantes? — El que no es de fiar en el dinero, no es de fiar en nada. Dicho de otra forma, el que no demuestra honradez y calidad de vida en lo pequeño, no es de fiar. — Un resumen de todo podría ser: "Corazón honrado y manos limpias". Un lema para la vida diaria. (P.Octavio Hidalgo)

sábado, 10 de septiembre de 2016

El mensaje de este domingo se concentra, sobre todo, en las parábolas de la misericordia. Unas parábolas que radiografían la sensibilidad del buen pastor que sale a buscar la oveja perdida, o del padre que sufre nervioso la aventura del hijo que ha querido experimentar la libertad lejos de la casa familiar...

COMENTARIO:San Pablo, revelando su experiencia, reconoce con cruda sinceridad: "Dios tuvo compasión de mí". Fui "un blasfemo, un perseguidor y un violento". Pero "Dios derrochó su gracia en mí". Y predica con fuerte convicción: “Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero". En efecto, la gracia y la misericordia de Dios fueron fecundas en San Pablo. Pero el mensaje de este domingo se concentra, sobre todo, en las parábolas de la misericordia. Unas parábolas que radiografían la sensibilidad del buen pastor que sale a buscar la oveja perdida, o del padre que sufre nervioso la aventura del hijo que ha querido experimentar la libertad lejos de la casa familiar. Interesa reparar en el encabezamiento de estas parábolas. Dos tipos de personas se acercan a Jesús: los publicanos y pecadores deseosos de escucharlo, y los fariseos y letrados intolerantes y con la murmuración en los labios. A lo largo de la historia las posturas se repiten: hay personas puritanas y rígidas, cuya religiosidad no ha enlazado con la misericordia de Dios, y personas sensibles, comprensivas con los tropiezos y los pecados de los demás. Jesús está con los pecadores. Pero hay quien se lo critica porque rompe unas normas. Tales personas no descubren las intenciones salvadoras de Jesús, no valoran su atrevimiento misionero, no captan la valentía de perdonar y el valor de conceder nuevas oportunidades a los que se equivocan. Jesús ama de verdad. Por eso, sale preocupado a buscar a la oveja descarriada que se ha perdido. No le importa el cansancio añadido; al contrario, disfruta infinitamente cuando la encuentra; y al regreso hace fiesta con los amigos y vecinos. En verdad, no hay alegría más limpia y honda que la nacida del perdón. Jesús, como buen misionero, no aguanta que haya alejados. Por eso sale a la calle, se mezcla con la gente y lleva el Evangelio a todos los rincones de la sociedad. Y por eso acepta invitaciones de publicanos y pecadores. Allí donde va, deja una estela que conmueve. Los cristianos hemos de recuperar la calle. Para ello, hemos de superar la vergüenza a expresar la fe públicamente. No se puede evangelizar ni irradiar la misericordia de Dios sin salir a la calle en plan misionero, sin estar presentes en los ambientes ciudadanos. Podemos aportar mucha inspiración, mensaje, espiritualidad. Estamos llamados a llevar la mística de Dios a todos los rincones. Y que nadie diga que no vale. Porque si la fe le quema, no sólo sentirá que vale, sino que necesita hacerlo. Jesús, el Redentor, sobresale por el talante compasivo que ha aprendido de Dios. ¿Y nosotros? (P.Octavio Hidalgo)

viernes, 2 de septiembre de 2016

El seguimiento de Jesús no tiene por qué ser incompatible con cualquier proyecto honrado o responsabilidad verdaderamente humana como es, por ejemplo, la familiar. Si hay choque, es porque existen intereses contrarios que rivalizan, hay ataduras y no hay verdadera libertad evangélica. Sucede con cierta frecuencia que nos movemos en medio de falsas necesidades, apegos o aspiraciones desenfocadas que hipotecan nuestra personalidad. Seguir a Jesús comporta opciones y descartes, lo cual cuesta, no es barato. Pero así sucede con todo lo bello y positivo de la vida...

COMENTARIO Dice el libro de la Sabiduría que en la práctica no es fácil conocer los designios de Dios. Cuando tenemos la inteligencia y la conciencia desvirtuadas, no podemos rastrear lo que Dios quiere. En cambio, cuando nos ilumina el Espíritu, nos hace partícipes de la Sabiduría divina y entonces apreciamos lo que agrada a Dios. El Evangelio presenta uno de los textos más exigentes y chocantes. En una ocasión en que "mucha gente acompañaba a Jesús", éste se vuelve y, dirigiéndose a todos, expone con claridad cómo entiende su seguimiento: si algo o alguien hacen la competencia a Dios, habrá conflicto, porque ni la familia ha de estar por encima; para un cristiano la voluntad de Dios es lo primero. Además, "quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío", añade Jesús. Más aún: "El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío". Así pues, para Jesús, Dios y su Reino son valores supremos, absolutos; todo lo demás ha de estar subordinado. En verdad, Jesús es exigente y hasta tajante. No quiere seguidores a medio gas. El compromiso de seguirlo comporta una jerarquía de valores en la que el plan de Dios es lo principal. En el fondo, este pasaje evangélico nos cuestiona si seguimos a Jesús por verdaderas motivaciones o por inercias y costumbres... Si falta una verdadera decisión personal por Jesús, uno no es cristiano auténtico. Por eso advierte: "El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío". Pero el seguimiento de Jesús no tiene por qué ser incompatible con cualquier proyecto honrado o responsabilidad verdaderamente humana como es, por ejemplo, la familiar. Si hay choque, es porque existen intereses contrarios que rivalizan, hay ataduras y no hay verdadera libertad evangélica. Sucede con cierta frecuencia que nos movemos en medio de falsas necesidades, apegos o aspiraciones desenfocadas que hipotecan nuestra personalidad. Seguir a Jesús comporta opciones y descartes, lo cual cuesta, no es barato. Pero así sucede con todo lo bello y positivo de la vida. Por tanto, que ninguno haga el ridículo de apuntarse al seguimiento de Jesús sólo por corazonada, sin haber medido sus predisposiciones y sin haber pulsado si está dispuesto a vivir con las vibraciones y las renuncias que indica el Evangelio. En las corazonadas frecuentemente hay improvisación y marcha atrás. Los compromisos verdaderos son permanentes. Seguir a Jesús es una opción difícil, pero muy valiosa. El lo dejó todo por el Reino de Dios. ¿Hay otra causa más noble y atractiva? P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.