sábado, 29 de febrero de 2020

Porque no cantamos El Aleluya durante la Cuaresma?

Todos, unos más y otros menos, somos causantes del ambiente de error y de maldad que es origen del pecado personal. Los fallos de cada uno influyen negativamente en el entorno. Por eso Jesús, como tú y como yo, no lo tuvo fácil. Tuvo que trabajar mucho su espiritualidad para no dejarse llevar por la corriente, para que no le arrastrara ninguna tentación. Es humano sufrir la tentación. Lo que nos deshumaniza y desfigura nuestra dignidad es consentirlas, entrar y caer en ellas...

Comentario: El ser humano es concupiscente (cf. Rm 7,14-25). Está sometido a la seducción, atravesado por la tentación (cf. Gá 5,17). Ésta es como una sombra oscura que acompaña a toda persona en su recorrido por la vida. Todos experimentamos esta tensión entre vivir según la carne o vivir según el espíritu (cf. Gá 5,16-17; Rm 8,5-8.12-1,3). El mismo Jesús, que fue un ser humano como cualquiera de nosotros, también sufrió el asalto de la tentación. Sin embargo, El siempre quiso ser fiel a sí mismo (a su conciencia), honrado con los demás y obediente a Dios. Este ser igual y diferente es uno de los matices que lo hacen atractivo. Efectivamente, en todos nosotros hay tendencias de vida e instintos de muerte. Todos, unos más y otros menos, somos causantes del ambiente de error y de maldad que es origen del pecado personal. Los fallos de cada uno influyen negativamente en el entorno. Por eso Jesús, como tú y como yo, no lo tuvo fácil. Tuvo que trabajar mucho su espiritualidad para no dejarse llevar por la corriente, para que no le arrastrara ninguna tentación. Es humano sufrir la tentación. Lo que nos deshumaniza y desfigura nuestra dignidad es consentirlas, entrar y caer en ellas. Hay tentaciones de corte íntimo, como brotadas del propio interior en las que se ponen en juego valores fundamentales. Jesús experimentó este tipo de tentación en soledad. Pero, además, fue tentado por el ambiente, acosado por los enemigos que muchas veces lo ponían a prueba para hacerle tropezar (cf. Mc 12,13-17; Jn 8,3-11). Hubo quien pensaba que estaba endemoniado (cf. Mc 3,22-30). Hasta sus amigos más íntimos lo tentaron (cf. Mt 16,21-23). Pero Él, atento, orante y coherente, supo y pudo desbaratar toda tentación que le salió al encuentro. Fue una persona profundamente espiritual. Nosotros percibimos igualmente que la tentación nos acosa desde dentro y desde el ambiente. Podemos superarla. El ejemplo de Jesús nos lo asegura. Para ello nos propone estar vigilantes y orar. En su oración recoge esta intención importante: "no nos dejes caer en la tentación..." P. Octavio Hidalgo

domingo, 23 de febrero de 2020

Nos será imposible asimilar el Sermón de la Montaña, si funcionamos con otra mentalidad. Por ejemplo, existe la dinámica de la venganza; "me la has hecho, pero me la pagarás"; la mentalidad del contrato: "me has regalado tal cosa y ¿ahora cómo te lo pago yo?". También oímos o decimos: "nadie me puede pedir nada, porque no debo nada a nadie". La espiritualidad de Dios es completamente distinta. Él es pura gratuidad, desbordamiento de amor ilimitado: donde abundó el pecado, sobreabundó la misericordia redentora

Comentario: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu habita en vosotros?". Esta experiencia, a la que alude San Pablo, es la mejor onda para captar la mentalidad de Jesús. Sin esta experiencia religiosa y sin la sabiduría del corazón, no es posible entender el Evangelio en toda su hondura y plenitud. Jesús nos dice que la mejor referencia para ser verdaderamente dignos es el propio Dios Padre, sorprendentemente generoso, "que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos". Nos será imposible asimilar el Sermón de la Montaña, si funcionamos con otra mentalidad. Por ejemplo, existe la dinámica de la venganza; "me la has hecho, pero me la pagarás"; la mentalidad del contrato: "me has regalado tal cosa y ¿ahora cómo te lo pago yo?". También oímos o decimos: "nadie me puede pedir nada, porque no debo nada a nadie". La espiritualidad de Dios es completamente distinta. Él es pura gratuidad, desbordamiento de amor ilimitado: donde abundó el pecado, sobreabundó la misericordia redentora. El ideal del Sermón de la Montaña va al fondo, al núcleo de la persona; coloca al ser humano frente a su honestidad y lo impulsa hacia el horizonte ilimitado de la perfección: amor sin límites, incluso a los enemigos; misericordia y perdón sin recorte alguno; respeto exquisito; ejemplo constante; transparencia en todo; responsabilidad al cien por cien; es, decir vibración según la santidad de Dios. Él es siempre el modelo, la medida que no tiene medida. ¿El Evangelio coloca el listón muy alto? Así es la santidad. P. Octavio Hidalgo

domingo, 16 de febrero de 2020

Las páginas del Sermón de la Montaña presentan el estilo alternativo de Jesús. Él tiene claro que hay que ser mejores que los letrados y fariseos para entrar en el Reino de los Cielos. Aquellos profesionales de la religión basaban la perfección en cumplir los mandamientos, lo que se nos ha enseñado a muchos. A Jesús no le parece poco, pero entiende que no es suficiente. A sus seguidores les pide más, les pide un mayor nivel de santidad y de respuesta al Espíritu...

Comentario: De muchas maneras Dios se ha ido revelando a lo largo de la historia. Lo hizo antes de Jesús. Lo hizo culminantemente en Jesús y lo sigue haciendo por medio del Espíritu. La revelación plena está concentrada en Jesús. Él respeta y asume la tradición religiosa de su pueblo. Critica todo aquello que no ayuda a la dignidad personal y colectiva de las personas. Pero no es rompedor de ninguna tradición que ayude a vivir; más aún, quiere que se cumpla hasta el último punto. Sin embargo, deja muy claro que hace falta motivar más, hacer propuestas más exigentes, llevar cuanto existe a la plenitud. No ha venido a echar por tierra el pasado, como si la historia comenzara en Él, pero sí a dar plenitud, porque concentra más sabiduría que todos los profetas anteriores. Las páginas del Sermón de la Montaña presentan el estilo alternativo de Jesús. Él tiene claro que hay que ser mejores que los letrados y fariseos para entrar en el Reino de los Cielos. Aquellos profesionales de la religión basaban la perfección en cumplir los mandamientos, lo que se nos ha enseñado a muchos. A Jesús no le parece poco, pero entiende que no es suficiente. A sus seguidores les pide más, les pide un mayor nivel de santidad y de respuesta al Espíritu. El llamado “joven rico" es un caso típico de los que cumplen lo que manda la tradición y se paran en los mandamientos; cuando Jesús le pide algo más, no es capaz de seguirlo. El mensaje de Jesús, encabezado por las Bienaventuranzas, es un modo de vida más radical que da plenitud y reviste de nueva mística a todo lo anterior. Por otro lado, hay un motivo anual por estas fechas que conviene resaltar: la Campaña contra el Hambre. Hagamos una reflexión corta, pero profunda: — Se suele valorar la cultura del progreso. Pero el progreso es discutible si no llega a todos. — Socialmente se comenta: tanto tienes, tanto vales; pero ¡qué falso es su contenido! — Políticamente hay demasiada corrupción y cuesta separar el 0,7 para los pobres y hambrientos. — Para muchos el dinero es como un dios. Todavía sigue habiendo falsos dioses... Nosotros, ¿qué podemos hacer?: — Mayor austeridad: consumir menos para compartir más. — No malgastar ni tirar, sino aprovechar. — Crear opinión y colaborar en campañas como ésta. — Y orar. Sin la espiritualidad del Evangelio difícilmente lograremos un mundo justo y solidario. P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.

domingo, 9 de febrero de 2020

Ser sal y ser luz son dos preciosas imágenes que reflejan muy adecuadamente el testimonio y la militancia de los cristianos. Son dos expresiones simbólicas de potente significado para que el Padre del cielo reciba la gloria que se merece. El carnet de identidad de todo cristiano debe contener estos dos indicadores. No es lógico que un seguidor de Jesús sea soso, insípido, sin sabor ni condimento, sin fuerza vital. Tampoco es comprensible un cristiano apagado, sin destellos ni luminosidad.

En ocasiones nos preguntamos qué debemos hacer para ser auténticos cristianos. El autor de la primera lectura dice que la fidelidad a Dios se mide por el amor efectivo al prójimo. Esto lo recalca Jesús y lo expresan contundentemente teólogos del Nuevo Testamento como San Juan: "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor... Él nos amó primero. Si alguien dice: 'Amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,8.19-20). Los cristianos tenemos la suerte de contar con la sabiduría de la fe para actuar con sensibilidad. Jesús nos resume el mensaje de las Bienaventuranzas con tres propuestas convergentes: — "Vosotros sois la sal de la tierra". — "Vosotros sois la luz del mundo". — "Alumbre así vuestra luz a los hombres para que... den gloria a vuestro Padre que está en el cielo". Ser sal y ser luz son dos preciosas imágenes que reflejan muy adecuadamente el testimonio y la militancia de los cristianos. Son dos expresiones simbólicas de potente significado para que el Padre del cielo reciba la gloria que se merece. El carnet de identidad de todo cristiano debe contener estos dos indicadores. No es lógico que un seguidor de Jesús sea soso, insípido, sin sabor ni condimento, sin fuerza vital. Tampoco es comprensible un cristiano apagado, sin destellos ni luminosidad. Ser sal equivale a dar sentido, alegría, contenido y esperanza al vivir diario; equivale a vivir con espiritualidad, con garra militante, para que a través del testimonio y del compromiso muchos descubran y glorifiquen al Padre común. Ser luz quiere decir que nuestro vivir y nuestro hablar han de alumbrar humana y cristianamente. Es luz el amor que expresamos, la solidaridad que tenemos, el ánimo que transmitimos, los servicios que hacemos, la espiritualidad que respiramos, los compromisos que mantenemos, el trabajo que desarrollamos responsablemente, la alegría que contagiamos, la mística que comunicamos, etc. En definitiva, nuestra vida alumbra si transparenta de una manera natural el espíritu de las Bienaventuranzas. En resumen, conviene que nos preguntemos: ¿Somos sal? ¿Somos luz? ¿Sorprende nuestra vida para que otros descubran y glorifiquen al Padre del cielo? Meditémoslo. P. Octavio Hidalgo.

domingo, 2 de febrero de 2020

«Una espada te traspasará el alma». Este niño que tiene en sus brazos será una «bandera discutida»: fuente de conflictos y enfrentamientos. Jesús hará que «unos caigan y otros se levanten». Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dignidad nueva: su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder: el rechazo a Jesús será su ruina...

Comentario: Simeón es un personaje entrañable. Lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo, pero nada de esto se nos dice en el texto. Simeón es un hombre bueno del pueblo, que guarda en su corazón la esperanza de ver un día «el consuelo» que tanto necesitan. «Impulsado por el Espíritu de Dios», sube al templo en el momento en que están entrando María, José y su niño Jesús. El encuentro es conmovedor. Simeón reconoce en el niño, que trae consigo aquella pareja pobre de judíos piadosos, al Salvador que lleva tantos años esperando. El hombre se siente feliz. En un gesto atrevido y maternal, «toma al niño en sus brazos» con amor y cariño grande. Bendice a Dios y bendice a los padres. Sin duda, el evangelista lo presenta como modelo. Así hemos de acoger al Salvador. Pero, de pronto, se dirige a María y su rostro cambia. Sus palabras no presagian nada tranquilizador: «Una espada te traspasará el alma». Este niño que tiene en sus brazos será una «bandera discutida»: fuente de conflictos y enfrentamientos. Jesús hará que «unos caigan y otros se levanten». Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dignidad nueva: su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder: el rechazo a Jesús será su ruina. Al tomar postura ante Jesús, «quedará clara la actitud de muchos corazones». Él pondrá al descubierto lo que hay en lo más profundo de las personas. La acogida de este niño pide un cambio profundo. Jesús no viene a traer tranquilidad, sino a generar un proceso doloroso y conflictivo de conversión radical. Siempre es así. También hoy. Una Iglesia que tome en serio su conversión a Jesucristo, no será nunca un espacio de tranquilidad sino de conflicto. No es posible una relación más vital con Jesús sin dar pasos hacia mayores niveles de verdad. Y esto es siempre doloroso para todos. Cuanto más nos acerquemos a Jesús, mejor veremos nuestras incoherencias y desviaciones; lo que hay de verdad o de mentira en nuestro cristianismo; lo que hay de pecado en nuestros corazones y nuestras estructuras, en nuestras vidas y nuestras teologías. José Antonio Pagola