domingo, 2 de mayo de 2021

«El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante» - Ser cristiano equivale a estar llamados a dar frutos de santidad. Y para dar esos frutos tenemos que estar como los sarmientos unidos a la vid. Cristo es la vid verdadera. Y estaremos unidos a él guardando sus mandamientos, que es creer por la fe en su nombre, y amándonos unos a otros tal como nos lo mandó. Por la gracia que se nos da en los sacramentos, especialmente en la eucaristía, Cristo permanece en nosotros y nosotros en él. Por el sacrificio eucarístico, Dios nos hace partícipes de su divinidad. Sin él no podemos hacer nada. Son sus palabras las que deben guiar siempre nuestras vidas.

Es muy conocida la conversión de San Pablo. Es sabido cómo se entregó a evangelizar y con qué pasión vivió el testimonio por la causa de Jesús. El impacto de la fe le condujo pronto por el camino de la mística y por la senda difícil de los profetas. Como él mismo reconoce, por la gracia de Dios, no por sus méritos, llegó a ser un profundo creyente. Valoró tanto el conocimiento vivencial de Jesús que todo lo demás lo consideró pérdida y basura (Cf. Flp 3,7-8). Para él, la vida es Cristo; y en el colmo de la experiencia mística llega a afirmar: "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Gá 2,20). En nuestra sabiduría popular tenemos un refrán que recoge perfectamente el mensaje de la segunda lectura: "Obras son amores, que no buenas razones". San Juan dice: "No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad". La fe se demuestra con obras, y una de las principales es el amor. Amamos con acierto si seguimos las indicaciones de la conciencia y las de Dios, que nos habla por medio de la conciencia. El texto del Evangelio habla del Padre como viñador, de Jesús como el tronco de la vid, y de nosotros como los sarmientos. Para que el sarmiento dé fruto, ha de estar unido a la vid, es decir, a Jesús; separados de él, no podemos hacer gran cosa. Por tanto, la unión con Jesús es un asunto de gran importancia. La poda en la vida vegetal es necesaria; sin ella la fecundidad queda rebajada. Dios Padre nos poda: recorta defectos, nos corrige con la intención sana de que seamos más fecundos... Es necesario dejarse podar por Dios. Su plan, su deseo y su gloria es que vayamos por la vida dando fruto abundante. El valor que se resalta repetidamente en el pasaje evangélico es la unión con Jesús para hacer algo digno en la vida. Pero no se trata de una unión cualquiera. Podemos vivir la unión con Jesús desde las ideas: nos convence su doctrina, encontramos valioso su Evangelio. Y desde ahí brota la admiración. Pero, además, podemos vivir la compenetración con Jesús desde la espiritualidad, donde la fe se esponja y se riega con la savia propia de Jesús que es su Espíritu. Jesús quiere invadirnos con su mística, con su amor, con su genio sano de hombre entero. Si nos abrimos a esta compenetración, notaremos gran dinamismo, fuerza interior, savia joven y vida nueva. P. Octavio Hidalgo.