domingo, 9 de agosto de 2020

Desde la oración Jesús presiente que los discípulos tienen problemas. En la Biblia, el mar muchas veces es símbolo de las fuerzas del mal. Ayer como hoy la barca de la Iglesia ha de navegar en este ambiente, que en ocasiones está particularmente embravecido. Un ambiente que favorece poco o nada la religión y el seguimiento de Jesús. Las sacudidas y la inseguridad a veces vienen sin buscarlas. Y cuando los problemas arrecian, es muy humano que surjan las dudas y los miedos. El bregar de la fe es dificultoso

Dios ofrece una compañía que, por su parte, nunca retira. Los creyentes profundos y aventajados nos comunican esta grata experiencia: "en Dios vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 11 ,28). Pero hay ocasiones en las que los signos de Dios son especiales. Elías, el profeta, experimenta que Dios no está en el terremoto ni en el fuego, sino en el susurro y en el silencio, es decir, no está en los ruidos que conmocionan, atemorizan o descentran. La presencia de Dios es silenciosamente suave y pacífica. Es interesante y llamativa la confesión de San Pablo dispuesto a darlo todo por sus hermanos de raza y de sangre en servicio al Evangelio. Llega a decir, en el colmo de la generosidad, que acepta ser excluido del Reino de Dios con tal de salvarlos. Es una manera gráfica y elocuente de manifestar hasta qué nivel lleva uno dentro la preocupación redentora por los demás. Sorprende también en el Evangelio cómo Jesús buscaba ocasiones particulares e intensas para orar. Aunque lleva una existencia oracional y entiende que la oración debe ser una actitud constante (cf Lc 18,1; 21,36), parece que necesita momentos de mayor intensidad. Aquella vez se pasó la noche en el monte orando. En silencio fecundo y creativo, que permite sintonizar más profundamente con Io humano y lo divino, fortalece su vida creyente y militante. En efecto, ¡cuánto panorama se ve desde la oración, si es auténtica!. ¡Cómo se descubren las necesidades del prójimo y cuánta motivación se encuentra para el compromiso!. En el silencio de la oración se valoran con mayor justeza las diversas realidades de la vida y se trabaja adecuadamente la madurez personal. Desde la oración Jesús presiente que los discípulos tienen problemas. En la Biblia, el mar muchas veces es símbolo de las fuerzas del mal. Ayer como hoy la barca de la Iglesia ha de navegar en este ambiente, que en ocasiones está particularmente embravecido. Un ambiente que favorece poco o nada la religión y el seguimiento de Jesús. Las sacudidas y la inseguridad a veces vienen sin buscarlas. Y cuando los problemas arrecian, es muy humano que surjan las dudas y los miedos. El bregar de la fe es dificultoso. En la travesía creyente cuando las dificultades son más amenazantes y las crisis persisten, hay quien recela, quien duda demasiado: ¿será todo lo de Jesús algo fantasmal, producto de la imaginación?; hay quien se cansa de remar, quien se siente casi impotente, quien ve su experiencia de fe disminuida y rebajada su confianza en Dios. Entonces Él nos vuelve a confirmar que ha comprometido su presencia: "¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!". ¿Por qué dudáis, hombres de poca fe?. En la barca de la Iglesia, a pesar de nuestro pecado, de nuestras dudas e inseguridades, están Jesús y su Espíritu que son luz y firmeza. P. Octavio Hidalgo

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