domingo, 31 de marzo de 2019

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA.- La parábola evangélica con un padre tan misericordioso, que acoge y celebra el regreso del hijo perdido con la gran fiesta y el banquete nunca imaginado, es un claro exponente de cómo es el proceder de Dios. Él perdona siempre, no se cansa de perdonar; en esa tarea está ocupado todos los días sin excepción...

Iniciamos el comentario resaltando algunas frases del Evangelio: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el Padre dijo a los criados: Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; traed el ternero cebado y matadlo, porque este hijo mío estaba perdido y lo hemos encontrado". Si todo tiempo es oportuno para acoger y celebrar la salvación, este de Cuaresma es especialmente indicado: Es como una ventana abierta por la que se divisa el horizonte de la Pascua liberadora. Por eso nos motiva insistentemente a ser como Jesús, igual y diferente, pero siempre "evangelio caminante", fiel al destino que el Padre le trazó. Hoy el Evangelio nos lo vuelve a presentar lleno de arte y de estilo para acercar el mensaje de Dios. ¿Quién no se ha conmovido ante la parábola del "hijo pródigo"? A lo largo de su ministerio, Jesús reflejó una singular preocupación: que su vida y sus palabras transparentaran que Dios es como un padre y una madre juntos: entrañable, atento, misericordioso, más aún de lo que se decía en el Antiguo Testamento cuando algunos confesaban: — Dios es compasivo, clemente y misericordioso (Ex 34, 6-7; Sal 116,5). — Dios es bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas (Sal 147,17). — Dios libera a los cautivos, endereza a los que ya se doblan, alza de la basura al pobre (Sal 113,7)... Sólo alguien como Jesús, con una vivencia de Dios tan profunda y espiritual, puede respirar una experiencia religiosa tan sublime. Ciertamente, Dios no tiene más rostro que el de la misericordia. La parábola evangélica con un padre tan misericordioso, que acoge y celebra el regreso del hijo perdido con la gran fiesta y el banquete nunca imaginado, es un claro exponente de cómo es el proceder de Dios. Él perdona siempre, no se cansa de perdonar; en esa tarea está ocupado todos los días sin excepción. Los santos han entendido muy bien este proceder divino. Por eso han perdonado a su vez. Sin embargo, a algunas personas les cuesta mucho perdonar, ¿por qué? No hay que poner límites al perdón. Tal vez no haya otro valor de mayor calidad humana y evangélica. El perdón y la reconciliación deben ser actitudes sobresalientes en todos los cristianos. P.Hidalgo.

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