domingo, 23 de diciembre de 2018

El profeta Miqueas esboza cómo serán el talante y la misión del Mesías que el pueblo religioso espera como salvador. No vendrá a lo grande. Será un aldeano sencillo, una persona modesta, popular…; eso sí, profundamente creyente, fraternal y pacificador.Efectivamente, Jesús fue así. La voluntad del padre fue su gran motivación. Empapado de fidelidad y de colaboración redentora, orientó su vida por la línea del Reino de Dios. Encontró en la obediencia creyente una gran motivación y capacitación. Todo su recorrido humano estuvo impregnado por la convicción que destaca la carta a los hebreos: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad".

La Tradición nos recuerda: no hay sacrificio de mayor categoría que cumplir la voluntad de Dios. Esto es lo que más le agrada y el mejor testimonio que podemos aportar. Cualquier otra ofrenda no vale, si no refleja obediencia diaria a la voluntad de Dios. Jesús es un ejemplo de cómo vivir disponible ante Dios, mande lo que mande. Su oración trágica entre sudores de sangre en el huerto de Getsemaní confirma hasta qué punto la voluntad de Dios tenía peso y valor para Él: "Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres" (Mt 26, 39). Por otra parte, conforme se acerca la Navidad, María de Nazaret adquiere protagonismo. El encuentro que presenta el Evangelio es una escena admirable. Está llena de Espíritu, de sorpresa, de ritmo, de alabanza, de felicitación. Hay que destacar cómo la experiencia de Dios impulsa a María a hacer un camino de solidaridad. Después de la anunciación "fue aprisa a la montaña", a casa de Isabel para ayudarla. Pero ya no fue sola. Iba Dios en ella y con ella. El encuentro entre las dos mujeres embarazadas es de profundo regocijo. Hay un diálogo entrañable entre creyentes: "¡Dichosa tú, que has creído!”. Ambas viven la comunión con Dios. Ambas oran la vida. Pero María es realzada, además, por su actitud de servicio. P.Hidalgo

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