
Es la llena de gracia porque le deja hacer a Dios, le abre el corazón de par en par. Si nosotros admiramos y celebramos a María, debemos asumir su ejemplo. Dios también nos bendice y desea que nuestra vida sea santa e inmaculada.
Hoy evocamos a María como creyente, meditando los planes de Dios en su corazón, sabiendo caminar en la oscuridad de la fe, pero confiando siempre en su experiencia religiosa. Y reconocemos con la Iglesia que su estilo inmaculado, elegante y digno es una motivación a ahondar en la conversión. Creemos que el Espíritu nos limpia de todo pecado y es capaz de hacer fecunda nuestra vida, como fecundó la historia de María.
Al celebrar a María, limpia y atractiva, sentimos en el interior un gran deseo de pureza vital y de compromiso con la voluntad de Dios. El Concilio Vaticano II recomienda conocer, amar e imitar a María. No se puede amar e imitar a quien no se conoce. Y para conocerla, nada mejor que recurrir al Nuevo Testamento, sobre todo a los evangelios, y a los documentos del Magisterio de la Iglesia. Nuestro aprecio por María ha de estar fundamentado adecuadamente. En la medida en que la conozcamos desde la Biblia y desde la teología, crecerá nuestro amor verdadero hacia ella y sentiremos una mayor admiración. Todo ello impulsará en nosotros el deseo de imitarla, de ser creyentes como ella, de vivir con docilidad y bienaventuranza ante Dios y ante los demás. Así tiene sentido la devoción a María, pues el interés por ella no depende de costumbres ni de emociones populares, sino de la talla religiosa y creyente que descubrimos en su personalidad.
P.Hidalgo
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