
La personalidad de Juan el Bautista y de tantos profetas es impresionante. Para nosotros Juan es un gran ejemplo de lo que debe ser y debe hacer un testigo que facilita el encuentro con Jesús y que anuncia que ya está en medio del pueblo. Él fue por delante preparando la venida del Señor. El mismo dijo a sus discípulos: "Ese es el Cordero de Dios, seguidlo". Juan es también un modelo de sinceridad. Confiesa sin reservas que no es el Mesías, sólo el precursor que lo anuncia. Es, así mismo, un modelo de humildad. No quiere hacer sombra a Jesús: se quita del medio cuando Éste entra en escena. Ni siquiera se cree digno de desatarle la correa de las sandalias. Y, por último, Juan es también un ejemplo de valentía y de riesgo: por su sinceridad de profeta se jugará la vida.
Por otro lado, este tercer domingo de Adviento rezuma un mensaje de alegría. Lo resaltan singularmente las dos primeras lecturas. El motivo es que estamos en la era del Espíritu, en el tiempo de gracia del Señor. Efectivamente, la alegría es un don del Espíritu, nada fácil de mantener. Nos referimos a esa alegría sana, limpia y depurada, no a los sucedáneos. La alegría cristiana es de las verdaderas. Se basa en la experiencia de Dios y llena de dinamismo a los creyentes. Los cristianos estamos llamados a vivirla y a contagiarla frente a tanto desencanto y malestar como se constata. El Adviento nos invita a resaltarla, compartirla y celebrarla.
Resumiendo, el mensaje de hoy no sólo invita al entusiasmo, sino también al testimonio gozoso y valiente, característico de los hijos de la Luz, para que Jesús sea reconocido como el Dios-con-nosotros, el Redentor, con un Evangelio sobresaliente y ejemplar.
P.Hidalgo
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