domingo, 9 de junio de 2019

Domingo de Pentecostés - El impacto de Pentecostés multiplica discípulos. Además, están dispuestos a dar la cara y arriesgar cuanto haga falta por la causa de Jesús. Un coraje sobrenatural los reviste y los penetra. Una iluminación divina les hace entender el sentido profundo del Evangelio. Una mística nueva les ensancha el alma y los lanza a ser testigos públicamente...

Comentario.- Hoy es un día específico para agradecer a Dios Padre y a Jesús que nos hayan regalado su propio Espíritu, que nos confirma en la fe y nos ayuda a entender profundamente las enseñanzas y los valores del Evangelio. Este regalo le conviene a todo el mundo. El bautismo del Espíritu Santo el día de Pentecostés sobre los apóstoles y demás cristianos reunidos fue un hecho claro y extraordinariamente positivo. Si creían los jefes religiosos de Jerusalén que habían hecho callar a Jesús para siempre y que sus discípulos se habían acobardado con tal escarmiento, se confunden por completo. Aquellos hombres se habían encerrado ciertamente por miedo; estaban sumidos en un mar de dudas; parecían acabados y aplanados por el fracaso; eran como un cuerpo sin alma. Pero con la irrupción del Espíritu Santo se motivan extraordinariamente, salen a la calle, comienzan a hablar como profetas en nombre de Jesús y todos les entienden. Y es que las cosas de Jesús no son tan difíciles de entender si uno abre la mente y el corazón. Otra cosa es que tengamos coraje para seguirlo. Es evidente. El impacto de Pentecostés multiplica discípulos. Además, están dispuestos a dar la cara y arriesgar cuanto haga falta por la causa de Jesús. Un coraje sobrenatural los reviste y los penetra. Una iluminación divina les hace entender el sentido profundo del Evangelio. Una mística nueva les ensancha el alma y los lanza a ser testigos públicamente. Pero el dinamismo de Pentecostés no acabó entonces. El Espíritu sigue interviniendo porque hay un Pentecostés permanente en la vida de la Iglesia. El Espíritu sigue ofreciendo dones, despertando servicios, haciéndonos corresponsables en la misión de la Iglesia hacia dentro y hacia fuera. Gracias a este Enviado de Dios, que nunca nos deja, podemos rezar metidos en la corriente trinitaria, podemos sorprendernos ante muchos signos y prodigios de la fe, podemos disfrutar la experiencia entrañable de sentirnos hijos de Dios y podemos ser testigos de dones impactantes. Sí, hermanos, el Espíritu Santo es la luz, la fuerza, la vida, el aliento, el consuelo de Dios para la Iglesia y el mundo. Mueve desde la interioridad, ilumina las situaciones más oscuras, enciende el corazón de muchos valientes que se lo piden, induce a servir. Pone en marcha a la Iglesia, concede dones y carismas para riqueza de la comunidad al servicio de todo el pueblo, es una motivación extraordinaria para evangelizar y reconciliar. La verdadera misión de la Iglesia llevará siempre la marca y el sello del Espíritu Santo. Este Espíritu es lo más digno y determinante que el Padre y Jesús nos han podido regalar. Ellos cumplieron su palabra y su promesa. Ahora nos toca a nosotros sacar partido de este don tan vitalizador. Al cristiano que se deja conducir por el Espíritu, se le nota; cambia radicalmente; es una persona de convicciones, de sólida religiosidad, de fuerza incontenible, capaz de penetrar en la realidad transformadoramente; es una persona servidora, libre, sencilla, generosa, arriesgada, orante, sincera, compasiva... Pentecostés nos recuerda la vocación de vivir al aire del Espíritu y de volcarlo a la sociedad por medio de un testimonio vivificante. Donde hay Espíritu de Dios reinan la verdad y la libertad, hay paz y entendimiento, hay unidad. P.Hidalgo.

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