domingo, 2 de abril de 2017

V Domingo de Cuaresma - La espiritualidad es una condición natural en la vida de las personas; interesa a la salud y tiene mucho que ver con la mejora de los ambientes. Nada mejor que ser espiritual para encontrarse profundamente feliz. Si el ser humano es constitutivamente espiritual, quiere decir que es esencialmente vida, inspiración para existir con orientación divina. Sin el espíritu, la existencia humana carece de algo peculiar que la eleva y la dota de gran capacidad...

Por tanto, el ser humano tiene vocación espiritual. En el fondo de cada persona late esta necesidad. Es una dimensión apasionante, que compromete y complica, pero que también mejora la calidad de vida. Si hacemos caso al espíritu, vivimos; si nos desentendemos de él, nos deterioramos. No hay madurez si uno se deja llevar por la carne. Es cierto que vivimos la espiritualidad amenazada por la concupiscencia. Pero uno es verdaderamente maduro cuando es dócil al Espíritu, cuando persiste en la conversión de la mente y del corazón, cuando tiene un compromiso radical por Dios y por el mundo, es decir, cuando su vida rezuma caridad. Siempre tendremos en la Iglesia una referencia de correcta espiritualidad en Jesús. El fue altamente espiritual, se dejaba conducir por el Espíritu. Venciendo la debilidad en su propia carne, se constituyó en Redentor de las debilidades ajenas. Ello fue posible por el sentido pascual que dotó a toda su vida. Por eso, es conveniente y sano confrontar nuestra espiritualidad con la de Jesús. El no la vivió sólo hacia dentro, sino que la desplegó por la calle, le impulsó al compromiso misionero y social. P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.

No hay comentarios:

Publicar un comentario