domingo, 29 de enero de 2017

IV Domingo del Tiempo Ordinario - La práctica de las Bienaventuranzas hace florecer la vida. Son mucho más que un bello poema que proclamamos con orgullo en celebraciones como ésta. Encierran un fermento tan revolucionario que apasiona a unos y saca de quicio a otros. El progreso humano sólo es posible si ponemos en juego estas líneas de sabiduría impresionante y de espiritualidad contrastada...

COMENTARIO.- La práctica de las Bienaventuranzas hace florecer la vida. Son mucho más que un bello poema que proclamamos con orgullo en celebraciones como ésta. Encierran un fermento tan revolucionario que apasiona a unos y saca de quicio a otros. El progreso humano sólo es posible si ponemos en juego estas líneas de sabiduría impresionante y de espiritualidad contrastada. Las Bienaventuranzas resumen el Evangelio y el Reino de Dios anunciado por Jesús. Todas coinciden en un objetivo: la felicidad. Constituyen un anuncio gozoso. Dios nos quiere felices. Más aún, los cristianos estamos llamados a meter felicidad en el mundo, una felicidad profunda, humana, personal y social, que afecta al presente y al futuro. Dios y Jesús nos entregan estas herramientas para construir la felicidad con acierto. Hay quien no las utiliza. A otros no les interesan; prefieren sus enredos, mantener su influencia rentable a toda costa, que no triunfe la justicia ni la igualdad... El resultado es que ni son felices en el fondo ni hacen felices a los demás. Aceptar las Bienaventuranzas supone forjarse una mentalidad alternativa, porque la de las Bienaventuranzas no es la que propaga el ambiente ni la que distribuye la publicidad. Más aún, en muchas situaciones supone ir contra corriente, porque implica optar por "la locura de la cruz" o hacerse "los necios por Cristo”, como decía San pablo. Podemos encontrar bonitas declaraciones sobre las Bienaventuranzas; pero a quienes las practican frecuentemente se les arrincona y hasta se les persigue. Las Bienaventuranzas expresan la nueva espiritualidad cristiana. Completan y van más lejos que los mandamientos. Proponen un modo de vivir posible, lógico, exigente, que enlaza con nuestras aspiraciones más nobles. Describen el ideal de Jesús y nuestro ideal. Para hacer Reino de Dios no hay otro camino que el de las Bienaventuranzas. P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.

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