domingo, 23 de octubre de 2016

XXX Domingo del Tiempo Ordinario -La parábola del fariseo y el publicano es una de las más conocidas. Señala el evangelista que Jesús la dijo "por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás". Jesús no quiere que suceda esto en su Iglesia. Al contrario, considera fundamental reconocerse pecador, ser sencillo y acoger a los demás con respeto y amor. Por eso, esta parábola es como una enérgica llamada de atención para que ningún cristiano caiga en la tentación del fariseo...

COMENTARIO DEL EVANGELIO.- La parábola del fariseo y el publicano es una de las más conocidas. Señala el evangelista que Jesús la dijo "por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás". En efecto, algunos fariseos se creían superiores por el hecho material de cumplir los mandamientos. Esto les llevaba al orgullo, a la vanagloria y a compararse con los demás, lo cual es síntoma de espíritu torcido. Jesús no quiere que suceda esto en su Iglesia. Al contrario, considera fundamental reconocerse pecador, ser sencillo y acoger a los demás con respeto y amor. Por eso, esta parábola es como una enérgica llamada de atención para que ningún cristiano caiga en la tentación del fariseo. Es una torpeza aparentar bondad y cumplimiento ante Dios. ¡Qué desagradable una persona soberbia y pagada de sí misma! El fariseo le cuenta a Dios todas sus bondades y méritos, le calienta los oídos con su historial. Hinchado de soberbia, él lo habla todo, juzga a los otros, se escucha a sí mismo y no se considera como los demás. A Dios no le agrada este tipo de oración y no lo aprueba. Descalifica al fariseo. Y es que la vanidad y el orgullo hacen ridículas a las personas. Echarse flores ante Dios es una payasada. Los santos se han caracterizado siempre por ser extremadamente humildes. En cambio, el publicano apenas habla. Reconoce sinceramente su debilidad. Sólo dice: "Soy pecador". Se siente necesitado del perdón divino, no juzga a los demás y confía en la misericordia de Dios. En realidad, cada uno ora como vive. El fariseo lo hace de manera altiva, prepotente, idolatrando su yo y echándose alabanzas; no pide nada, está lleno de soberbia; como si Dios no supiera lo que cada uno lleva dentro... Ojalá ninguno de nosotros rece así, porque no será escuchado. Al final de la parábola, Jesús sentencia: "El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". Nosotros podemos añadir: Los sencillos atraen; los soberbios alejan. ¡Pobres de nosotros si cultivamos una religiosidad de fachada! La naturalidad y la sencillez encantan... P.Octaio Hidalgo

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