domingo, 14 de febrero de 2016

El domingo primero de Cuaresma es el de Jesús tentado, como nosotros. Ayer como hoy, la tentación acontece, nos ronda. La Biblia reconoce y relata de diferentes modos su presencia e influjo contaminante en la vida de las personas y de los pueblos. Ayer como hoy, la tentación acosa y golpea.

I Domingo de Cuaresma COMENTARIO.- La primera lectura condensa una bella experiencia religiosa que se mantuvo en el antiguo pueblo de Dios generación tras generación. A modo de oración y de confesión de fe, el pueblo expresaba con gran pedagogía y con reconocida gratitud que Dios había intervenido generosamente en la vida personal y colectiva. También nosotros tenemos experiencia de que Él no defrauda, sino que tiene múltiples signos y detalles de salvación abundante. Por eso, se nos amontonan las razones y los motivos para estar agradecidos con Dios, y para profesar con el corazón y con los labios que Él es amigo y bienhechor. Pero el mensaje que se repite, año tras año, el domingo primero de Cuaresma es el de Jesús tentado, como nosotros. Ayer como hoy, la tentación acontece, nos ronda. La Biblia reconoce y relata de diferentes modos su presencia e influjo contaminante en la vida de las personas y de los pueblos. Ayer como hoy, la tentación acosa y golpea. Pero tentación no es lo mismo que pecado; ni mucho menos. Jesús, semejante a nosotros e inmerso en un mundo de maldad, fue tentado también. Sin embargo, no se dejó enredar, no le penetró ningún virus pecaminoso, porque no le concedió la más mínima facilidad. Dice el Evangelio que antes de comenzar activamente su etapa misionera, Jesús sintió la necesidad de hacer un retiro largo para plantearse de una manera definitiva, crítica y orante su vocación y misión. El Espíritu lo fue llevando por el desierto. Y en esa situación fue tentado por el diablo; dicho con otras palabras, vivió dramáticamente una crisis. En realidad, así nos pasa a todos. Cuando uno medita y se aplica con sinceridad los planes de Dios o los valores del espíritu, cuando quiere poner la vida al servicio del Evangelio, cuando se propone ajustarse a la voluntad de Dios, aparece el Maligno turbando, distrayendo, enredando o camuflando la realidad. Pero, si uno es profundamente creyente, en esas situaciones siente también que está habitado por Dios y su inspiración ilumina, equilibra y fortalece. Es verdad. En medio de la tentación Dios templa, anima y ayuda. En Jesús la Palabra de Dios pudo más que otros mensajes engañosos. Él optó por la libertad y descartó venderse, como le proponía seductoramente el Maligno. Así, en el crisol del desierto quedó definitivamente depurada, definida y afirmada su personalidad. Convencido de que el ser humano no se alimenta sólo de pan, confiesa que sólo Dios es digno de culto y entiende que el proyecto de su vida ha de ir por la línea del desprendimiento, del servicio y de la oblación total. Se adhiere al plan de Dios a costa de cualquier sacrificio, consciente de que es lo acertado, lo auténtico. En resumen, las tentaciones que sufrió Jesús no son muy diferentes a las nuestras. Son las tentaciones que acosan a todo ser humano: el deseo de poder y de triunfo, de abundancia y de fama, de placer y de comodidad. ¿Cómo respondemos ante la tentación? Buena pregunta para meditar y responder durante la Cuaresma.P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.

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