lunes, 15 de agosto de 2016

La Asunción de la Virgen María .-. En María triunfa simbólicamente toda la humanidad. La fe nos asegura lo que percibimos por la intuición: somos seres con futuro. Dios lo garantiza. Ese futuro humano-divino será una experiencia continua de plenitud, un gozo inacabable de encuentro esperado, una sabrosa comunión sintiendo que Dios nos vincula maravillosamente a todos...

COMENTARIO DEL EVANGELIO DE HOY.- Esta fiesta mariana acontece en medio del verano, en un contexto general de vacaciones. En no pocos lugares es el marco de una fiesta patronal o popular, mezclándose la religiosidad y la fe del pueblo con su folclore, raíces y tradiciones. Sin embargo, eclesialmente la Asunción de María evoca, sobre todo, la trayectoria de esta mujer creyente que enriquece, con su tonalidad femenina y con su calidad humana, la fe del Pueblo de Dios. Ella acentúa los rasgos cercanos y prácticos de la fe; transmite que Dios lleva a la gente en el corazón y protege especialmente a los perdedores, necesitados y sencillos. Después de su recorrido vital, es arrebatada por el poder divino, una vez que se sintió contemplada, elegida y amada entrañablemente por Dios. La Iglesia definió oficialmente la verdad de la Asunción de María el 1 de noviembre de 1950. Pero los primeros indicios de esta fiesta los tenemos ya en los siglos V-VI cuando comienza a generalizarse, primero por oriente y después por occidente, la fiesta del Tránsito o Dormición de María. Para nosotros, esta festividad de la Asunción simboliza la culminación natural y feliz de los creyentes que esperan en Dios y confían en sus promesas. Representa la bienaventuranza anunciada por Jesús para todos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. Es un aliento para todos los que hacen Reino de Dios y gastan la vida en favor de la tierra nueva. En María triunfa simbólicamente toda la humanidad. La fe nos asegura lo que percibimos por la intuición: somos seres con futuro. Dios lo garantiza. Ese futuro humano-divino será una experiencia continua de plenitud, un gozo inacabable de encuentro esperado, una sabrosa comunión sintiendo que Dios nos vincula maravillosamente a todos. (P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.)

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