domingo, 7 de marzo de 2021

TERCER DOMINGO DE CUARESMA.- «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» La primera lectura de hoy nos presenta los mandamientos que Dios reveló a Moisés. Una ley que es perfecta, que es descanso del alma, unos mandamientos que son verdaderos y enteramente justos, palabras de vida eterna. Si se valoraran estos preceptos del Señor, ¿sería el mundo como es, tan lleno de injusticias y maldades? ¿Valoramos nosotros hoy esos mandamientos?… En la segunda lectura se nos habla de Cristo crucificado como expresión de la fuerza de Dios y de la sabiduría de Dios. Su cuerpo, templo de Dios, será destruido en la muerte en la cruz, pero al tercer día resucitará. Esto nos llena de esperanza a los que hemos muerto y resucitado con él en el bautismo..

La espiritualidad de los mandamientos ha tenido un gran peso en la vida y en la moral cristianas. Era el clásico punto de referencia para calibrar la moralidad, un recurso de fácil utilización para que la gente sencilla hiciera con frecuencia el examen de conciencia. Pero hay que decir que el mensaje de los mandamientos corresponde al Antiguo Testamento. Jesús ha venido a dar plenitud a todo lo antiguo. Recordemos, por ejemplo, que al llamado joven rico le pide algo más que cumplir los mandamientos. Un resumen condensado de lo nuevo que propone Jesús son las Bienaventuranzas (Mt 5, 2-12). Nosotros, que vivimos el tiempo de la Iglesia, tenemos en Jesús la revelación última de lo que Dios quiere de nosotros. Él mismo es el modelo nuevo y definitivo de comportamiento moral. Con qué sencillez y claridad teológica presenta San Pablo esta verdad fundamental y dinámica: Cristo crucificado es la gran señal de los cristianos, el gran símbolo, patrimonio de la humanidad, que la Iglesia puede presentar con sano orgullo porque en él reside la mejor sabiduría y la fuerza más eficaz. Puede que también hoy resulte una locura para unos y una necedad para otros. Sin embargo, para los impactados por la fe, este Cristo sigue siendo lo más puro y noble que ha caído en la historia. Uno de los grandes empeños que tuvo Jesús fue el de abrir los ojos al pueblo, para que la gente viviera con libertad y dignidad. No toleraba que se engañara al pueblo y que se manipulara la religión. Por eso se enciende cuando ve que se comercializa con la fe y el culto, cuando se levanta en torno al templo un negocio de compraventa. Era inadmisible una profanación tal del templo y del culto. El templo sólo debe ser lugar de oración y de fraternidad, de religiosidad crítica y de alianza. Este pasaje evangélico tiene, sobre todo, un significado profético: por una parte, muestra el desacuerdo de Jesús con el negocio que llevan a cabo los jefes religiosos de su tiempo y, por otra, anuncia que toda persona es templo vivo de Dios. El culto nuevo que propone Jesús es la oblación de uno mismo en servicio y solidaridad. Él es el nuevo templo. Cada creyente es templo si acoge el querer de Dios. En cambio, en nuestro mundo el ídolo del dinero todo lo convierte en mercado y prácticamente ls altares se inmolan parados, marginados, ancianos, enfermos, dignidad... Por eso necesitamos purificar la religiosidad. Lo que valeo corrompe todo. En su cristianamente es el culto de la vida: la entrega de uno mismo al estilo de Cristo crucificado sabiduría y fuerza de Dios. P. Octavio Hidalgo.

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