domingo, 14 de marzo de 2021

Cuarto Domingo de Cuaresma.- Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo únicoHoy es un domingo de alegría porque se acercan ya las fiestas pascuales. En ellas celebraremos nuestra salvación por pura gracia de Dios, que, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo. La alegría que sintió el pueblo de Israel cuando fue liberado de la cautividad de Babilonia. La alegría de saber el amor que Dios nos tiene, que envió a su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo. Este don requiere por nuestra parte recibirlo con fe: todo el que cree en él tendrá la vida eterna, no será condenado. Pero el que no cree en el nombre del Hijo único de Dios, ya está condenado

El mensaje de hoy es altamente entusiasmante. Pregona una gran verdad, que es también un desafío para nuestro comportamiento: Dios es rico en misericordia, ama inmensamente al mundo, ama locamente a todas las personas. Es un amor tan entrañable que se transforma en una obsesión: ¡Salvarnos! He ahí un resumen impresionante de todo el Evangelio. El mensaje de hoy deja muy clara la calidad de Dios y de su proceder con la humanidad. Él, rico en misericordia, no puede ser más que salvador. Los creyentes sabemos por propia experiencia que Dios es Abba (Padre). Por eso envió a su Hijo sólo para salvar y no para condenar. A Dios sólo le define la misericordia, el amor y la salvación. Si alguien tiene otra vivencia o sensación contraria a éstas, está equivocado. Dios es sólo amor y su proyecto es salvar, nunca condenar. Ante nuestro pecado, su reacción es ser misericordioso y salvador. Esta calidad tan impresionante de Dios se concreta en la redención, que es un don gratuito. No se debe a nuestros méritos. Es una iniciativa suya y una oferta desinteresada. Dice la carta a los Efesios: "Estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir". Ahora bien, la redención no se efectúa en las personas si no existe colaboración, si no se da un acercamiento libre a la luz. Decía San Agustín: "Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti". La salvación es un don, pero también una responsabilidad propia y una tarea. Fragua más si acogemos a Jesús como luz y verdad para la vida. El pasaje evangélico radiografía perfectamente a las personas: o se vive de cara a la luz o se prefieren descaradamente las tinieblas. Las primeras quieren la verdad y, por tanto, no tienen nada que ocultar; las segundas eligen el error, no quieren corregirse, y ese proceder perverso y absurdo los lleva lamentablemente a la condenación. Por tanto, se impone el discernimiento. Ante la oferta generosa de Dios, el ser humano ha de definirse: creer o no creer, optar por la verdad o por la mentira, por la luz o por las tinieblas. El plan de Dios es que "nos dediquemos a las buenas obras", es decir, que actuemos con verdad, como muestra de la fe que decimos tener. Este pasaje evangélico es de gran calado y transcendencia: el creyente que adecúa fe y vida, no puede condenarse. El que habiendo sido impactado por la fe, da la espalda a la luz, ése elige necia e inexplicablemente la tiniebla de la condenación. P. Octavio Hidalgo

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