domingo, 24 de noviembre de 2019

Celebrar la realeza de Jesús es confirmar el compromiso por el Reino de Dios, un Reino que primero fragua en el corazón y después se irradia por el testimonio. Porque estamos orgullosos de Jesús nos queda la tarea de practicar e irradiar su Evangelio...

El año cristiano termina con la solemnidad de Cristo Rey, todo un símbolo de la plenitud y del reconocimiento que Jesús se merece. Dicen sus detractores que lo crucificaron por declararse Rey e Hijo de Dios. Por eso, cuelgan en lo alto de la cruz el motivo de la condena: Jesús Nazareno Rey de los Judíos (I.N.R.I.). ¿Por qué este título? Tal inscripción no corresponde con lo que fue realmente la historia de Jesús. La gente que había escuchado su mensaje y había visto sus signos con buenos ojos, había llegado a otra conclusión. Pero las autoridades religiosas se frotan las manos y se burlan descaradamente: "¿No eres el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Incluso una buena parte del pueblo se burla y se escandaliza. Pero Jesús permanece amarrado a la cruz. Su éxito fue apurar el martirio como un inocente. Uno de los malhechores crucificados a su lado lo entendió. Por eso, le pidió que intercediera: aprovechó la oportunidad de salvación que tenía a su lado. Jesús le dijo: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso". Está claro que muchos no han entendido ni entienden a Jesús. Su Reinado no se parece en nada a lo que sueña mucha gente. Él eligió una vida despojada, sencilla, servicial y obediente. Su Reinado se llama solidaridad, justicia, fraternidad, amor desbordante, comunión... En su proyecto no caben términos como poder, egoísmo, orgullo, envidia, hedonismo... Su autoridad no es otra que el servicio, sobre todo a los más pequeños, pobres y necesitados. Hay quien considera, desde dentro de la Iglesia, que este título de Jesús como Rey del Universo puede llevar al equívoco. La verdad es que Él no lo buscó. La Iglesia se lo ha dado. Ha sido un reconocimiento a su talante, a su calidad personal y creyente. Ciertamente no tiene comparación con los reyes de este mundo. No buscó sobresalir ni ser famoso. Su vida fue llana, popular, pero repleta de simbolismo porque tenía el aire de Dios. Por todo ello, es un rey distinto. Reina desde la cruz ofreciendo misericordia, redención, verdad desnuda... Reina desde el silencio, sin ruido ni gestos espectaculares... Reina en compañía de Dios Padre respirando Espíritu nuevo y santidad alternativa. Para colmo, es un rey frágil, sin escolta, sin ejército, al que fácilmente se le puede atrapar y crucificar. Celebrar la realeza de Jesús es confirmar el compromiso por el Reino de Dios, un Reino que primero fragua en el corazón y después se irradia por el testimonio. Porque estamos orgullosos de Jesús nos queda la tarea de practicar e irradiar su Evangelio. P.Hidalgo

No hay comentarios:

Publicar un comentario