domingo, 10 de junio de 2018

Para Jesús los verdaderos familiares no son los que llevan su sangre, sino los que cumplen la voluntad de Dios y personalizan su Reino. Los hijos de Dios auténticos se dejan orientar por el Espíritu Santo, no venden su alma al diablo. De ahí que Jesús esté sumamente orgulloso de su madre: ella sí que cumple la voluntad de Dios...

Todos conocemos el relato del Génesis en el que se apoya el llamado pecado original. Recordemos que Dios había diseñado muy bien la creación para que viviéramos ordenadamente felices disfrutando de la naturaleza. Según su plan, todo era bueno. Sin embargo, la mala ambición y la desobediencia inicial del ser humano desencadenaron la maldad en el mundo y viciaron la historia. Tal degeneración se ha ido contagiando infelizmente a lo largo de las generaciones. Nosotros somos testigos, por propia experiencia, de cómo arrastra la tentación y cómo se extiende el virus del pecado. Esta narración simbólica del Génesis describe una realidad y transmite un mensaje: La condición humana está expuesta a la tentación, a un ambiente viciado como consecuencia de una ambición desordenada y de una desobediencia que vienen desde antiguo; pero hay también una oferta de salvación por parte de Dios, que el ser humano tiene a su libre alcance. El pecado es un fallo humano, un libertinaje, que desnuda, quita dignidad y avergüenza. Es un engaño y un mal uso de la libertad, un mal ejemplo y una tentación para que otros sigan pecando. Corrompe íntima y socialmente. Pero el ser humano no está sometido fatalmente al pecado. La promesa de redención se ha realizado en Cristo Jesús, que ha vencido al pecado. En Él se ha desarrollado la iniciativa impresionante de Dios Padre: redimirnos desde dentro de la humanidad y elevarnos a la condición de hijos. Quien vive al estilo de Jesús no sólo evita que el veneno del pecado le haga daño, sino que comunica la espiritualidad de la salvación. Por el texto del Evangelio constatamos que a Jesús le dijeron casi de todo. Llegaron a pensar de Él casi todo. Algunos lo consideraron hasta endemoniado: lo que hacía estaba inspirado por el Maligno, no era cosa de Dios. ¡Qué atrevimiento y qué mala ralea! No hay peor ciego que el no quiere ver. No hay peor condición ni mayor equivocación que cerrarse a la evidencia y a los dones de Dios. Hasta sus propios parientes lo llegaron a catalogar de loco, de haber perdido la cabeza, de no estar en sus cabales. ¿Se puede decir de Jesús que es un bicho raro, un anormal o un tipo extravagante? ¿No es una manera de querer descalificar a un valiente, a un hombre honrado y singular? Ciertamente, Jesús se sale de Io corriente; no es un hombre vulgar que hace lo que todo el mundo. Sobresale por ser persona honesta, de criterio y fiel a la voluntad de Dios. Por eso se le considera anormal y extraño. Pero, ¿es Él verdaderamente un anormal o somos nosotros los anormales? Por eso, para Jesús los verdaderos familiares no son los que llevan su sangre, sino los que cumplen la voluntad de Dios y personalizan su Reino. Los hijos de Dios auténticos se dejan orientar por el Espíritu Santo, no venden su alma al diablo. De ahí que Jesús esté sumamente orgulloso de su madre: ella sí que cumple la voluntad de Dios.

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