domingo, 11 de marzo de 2018

Domingo 4º de Cuaresma.El pasaje evangélico radiografía perfectamente a las personas: o se vive de cara a la luz o se prefieren descaradamente las tinieblas. Las primeras quieren la verdad y, por tanto, no tienen nada que ocultar; las segundas eligen el error, no quieren corregirse, y ese proceder perverso y absurdo los lleva lamentablemente a la condenación..

COMENTARIO: El mensaje de hoy es altamente entusiasmante. Pregona una gran verdad, que es también un desafío para nuestro comportamiento: Dios es rico en misericordia, ama inmensamente al mundo, ama locamente a todas las personas. Es un amor tan entrañable que se transforma en una obsesión: ¡Salvarnos! He ahí un resumen impresionante de todo el Evangelio. El mensaje de hoy deja muy clara la calidad de Dios y de su proceder con la humanidad. Él, rico en misericordia, no puede ser más que salvador. Los creyentes sabemos por propia experiencia que Dios es Abba (Papá). Por eso envió a su Hijo sólo para salvar y no para condenar. A Dios sólo le define la misericordia, el amor y la salvación. Si alguien tiene otra vivencia o sensación contraria a éstas, está equivocado. Dios es sólo amor y su proyecto es salvar, nunca condenar. Ante nuestro pecado, su reacción es ser misericordioso y salvador. Esta calidad tan impresionante de Dios se concreta en la redención, que es un don gratuito. No se debe a nuestros méritos. Es una iniciativa suya y una oferta desinteresada. Dice la carta a los Efesios: "Estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir". Ahora bien, la redención no se efectúa en las personas si no existe colaboración, si no se da un acercamiento libre a la luz. Decía San Agustín: "Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti". La salvación es un don, pero también una responsabilidad propia y una tarea. Fragua más si acogemos a Jesús como luz y verdad para la vida. El pasaje evangélico radiografía perfectamente a las personas: o se vive de cara a la luz o se prefieren descaradamente las tinieblas. Las primeras quieren la verdad y, por tanto, no tienen nada que ocultar; las segundas eligen el error, no quieren corregirse, y ese proceder perverso y absurdo los lleva lamentablemente a la condenación. Por tanto, se impone el discernimiento. Ante la oferta generosa de Dios, el ser humano ha de definirse: creer o no creer, optar por la verdad o por la mentira, por la luz o por las tinieblas. El plan de Dios es que "nos dediquemos a las buenas obras", es decir, que actuemos con verdad, como muestra de la fe que decimos tener. Este pasaje evangélico es de gran calado y transcendencia: el creyente que adecua fe y vida, no puede condenarse. El que habiendo sido impactado por la fe, da la espalda a la luz, ése elige necia e inexplicablemente la tiniebla de la condenación. P.Hidalgo

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