sábado, 10 de septiembre de 2016

El mensaje de este domingo se concentra, sobre todo, en las parábolas de la misericordia. Unas parábolas que radiografían la sensibilidad del buen pastor que sale a buscar la oveja perdida, o del padre que sufre nervioso la aventura del hijo que ha querido experimentar la libertad lejos de la casa familiar...

COMENTARIO:San Pablo, revelando su experiencia, reconoce con cruda sinceridad: "Dios tuvo compasión de mí". Fui "un blasfemo, un perseguidor y un violento". Pero "Dios derrochó su gracia en mí". Y predica con fuerte convicción: “Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero". En efecto, la gracia y la misericordia de Dios fueron fecundas en San Pablo. Pero el mensaje de este domingo se concentra, sobre todo, en las parábolas de la misericordia. Unas parábolas que radiografían la sensibilidad del buen pastor que sale a buscar la oveja perdida, o del padre que sufre nervioso la aventura del hijo que ha querido experimentar la libertad lejos de la casa familiar. Interesa reparar en el encabezamiento de estas parábolas. Dos tipos de personas se acercan a Jesús: los publicanos y pecadores deseosos de escucharlo, y los fariseos y letrados intolerantes y con la murmuración en los labios. A lo largo de la historia las posturas se repiten: hay personas puritanas y rígidas, cuya religiosidad no ha enlazado con la misericordia de Dios, y personas sensibles, comprensivas con los tropiezos y los pecados de los demás. Jesús está con los pecadores. Pero hay quien se lo critica porque rompe unas normas. Tales personas no descubren las intenciones salvadoras de Jesús, no valoran su atrevimiento misionero, no captan la valentía de perdonar y el valor de conceder nuevas oportunidades a los que se equivocan. Jesús ama de verdad. Por eso, sale preocupado a buscar a la oveja descarriada que se ha perdido. No le importa el cansancio añadido; al contrario, disfruta infinitamente cuando la encuentra; y al regreso hace fiesta con los amigos y vecinos. En verdad, no hay alegría más limpia y honda que la nacida del perdón. Jesús, como buen misionero, no aguanta que haya alejados. Por eso sale a la calle, se mezcla con la gente y lleva el Evangelio a todos los rincones de la sociedad. Y por eso acepta invitaciones de publicanos y pecadores. Allí donde va, deja una estela que conmueve. Los cristianos hemos de recuperar la calle. Para ello, hemos de superar la vergüenza a expresar la fe públicamente. No se puede evangelizar ni irradiar la misericordia de Dios sin salir a la calle en plan misionero, sin estar presentes en los ambientes ciudadanos. Podemos aportar mucha inspiración, mensaje, espiritualidad. Estamos llamados a llevar la mística de Dios a todos los rincones. Y que nadie diga que no vale. Porque si la fe le quema, no sólo sentirá que vale, sino que necesita hacerlo. Jesús, el Redentor, sobresale por el talante compasivo que ha aprendido de Dios. ¿Y nosotros? (P.Octavio Hidalgo)

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