domingo, 31 de julio de 2016

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario La verdadera felicidad no coincide con tener muchas cosas ni con "tumbarse a la bartola"... Cuántos comentan que les encantaría vivir sin trabajar. ¡Qué equivocación! No hay mayor fracaso que vagar inútilmente. Hay valores muy superiores al dinero y a la comodidad. El ser humano es mucho más que materia. Por eso dice el autor de la carta a los colosenses: "Si habéis resucitado con Cristo, aspirad a los bienes de arriba... No sigáis engañándoos unos a otros"...

COMENTARIO DEL EVANGELIO DE HOY San Agustín fue una persona que deseó disfrutar la vida y apurarla como el que más. No obstante, en la primera etapa de su vida se equivocó una y otra vez: iba de amargura en amargura, de frustración en frustración. Hasta que llegó a convencerse de que estaba engañado, con las aspiraciones cruzadas. Experimentó que la vanidad y el vacío interior no engendran más que desgracias. ¿Solución? Abrirse a la luz de Dios. Fue entonces cuando estalló su conversión. Confesó: "Señor, nos hiciste para Ti y nuestro corazón estará intranquilo hasta que descanse en Ti". Una de las tentaciones fuertes que todos padecemos es la de "tener y tener"... Esta tentación le rondó también a Jesús. El Maligno pretendió enredarlo con el atractivo de poseer muchas riquezas y tener mucho dominio. Pero Jesús le plantó cara y no se vendió. Su proyecto de vida era otro muy distinto: pobreza elegida y solidaridad. Jesús sabía que la codicia es como una droga: crea adicción y corrompe; además genera turbación, desigualdades, injusticia, rivalidad. Y nada de esto va con el plan de Dios. La visión materialista de la vida arrastra y precipita al absurdo, al sinsentido. ¿Para qué el exceso de bienes, si nos quita el sueño y es causa de envidia y de tensiones? Necesitamos unos medios de subsistencia para vivir con dignidad. Pero, ¿dónde termina lo que es necesario o conveniente y dónde comienza lo que es superfluo, egoísta y escandaloso? La sensibilidad evangélica nos lo indica con suficiente claridad. Ningún exceso es lógico ni hace bien. Al contrario, todos los excesos dañan la espiritualidad. Por tanto, los bienes materiales y el dinero han de estar al servicio de la vida personal y comunitaria, no al revés. Si con el paso de los días, no llegamos a ser ricos ante Dios, hemos malgastado miserablemente la vida. La verdadera felicidad no coincide con tener muchas cosas ni con "tumbarse a la bartola"... Cuántos comentan que les encantaría vivir sin trabajar. ¡Qué equivocación! No hay mayor fracaso que vagar inútilmente. Hay valores muy superiores al dinero y a la comodidad. El ser humano es mucho más que materia. Por eso dice el autor de la carta a los colosenses: "Si habéis resucitado con Cristo, aspirad a los bienes de arriba... No sigáis engañándoos unos a otros". Sólo se disfrutan los bienes cuando se valoran adecuadamente y se utilizan dignamente. No hay bienestar verdadero si no lo acusa el interior. Como cristianos, hemos de aspirar siempre a los bienes superiores. Para nosotros lo primero es el Reino de Dios y su justicia, es decir, el equilibrio entre unos y otros, la repartición de bienes, la fraternidad. Por tanto, nada de agobios ni de sueños avariciosos que "la avaricia rompe el saco", dice el refrán. El pasaje evangélico aclara que el papel de Jesús no es el de resolver denuncias y dar sentencias como si fuera un juez. Su papel es el de iluminar la vida con mensajes, gestos y signos. Por eso, con la parábola del rico avaricioso y necio, Jesús nos vuelve a presentar su mentalidad alternativa, original.P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.

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