domingo, 5 de junio de 2016

Domingo del Tiempo Ordinario. El mensaje de hoy va directamente al valor de la vida y al sentido liberador y entusiasmante de la fe cristiana. Una señal sugerente de que uno vive en Dios es que, a pesar del desgaste corporal, el espíritu permanece activo, esperanzado, en crecimiento. La vida es como un campo en el que hay mucho que hacer porque se amplía y nos desborda infinitamente...

El mensaje de hoy va directamente al valor de la vida y al sentido liberador y entusiasmante de la fe cristiana. Una señal sugerente de que uno vive en Dios es que, a pesar del desgaste corporal, el espíritu permanece activo, esperanzado, en crecimiento. La vida es como un campo en el que hay mucho que hacer porque se amplía y nos desborda infinitamente... Ni Dios ni Jesús quieren la muerte; más aún, luchan a brazo partido contra ella y la han vencido. Jesús es el Resucitado, el Salvador. Ya en el Antiguo Testamento se decía: Los vivos son los que te alaban, no los muertos. Y San Ireneo, en el siglo II, aseguraba: Dios recibe gloria cuando las personas vivimos. Por tanto, está claro que Dios no quiere muertos de ninguna clase. Es Dios de vivos; a su lado sólo se puede estar vivo, porque desprende una virtud sanante. Su vivir es el ideal, mientras que otros sistemas generan desencanto, apatía, despersonalización, cadáveres... Dios quiere que tendamos con todas las fuerzas a la Vida con mayúscula, a la plenitud. Con este signo y con otros muchos que hay a lo largo de los evangelios, Jesús deja grabados sus sentimientos de humanidad, su limpia compasión; al mismo tiempo testimonia que está de parte de la vida y cómo es posible la resurrección de todos los hundidos y desilusionados. Su presencia entre nosotros es para que tengamos vida y en abundancia. Resumiendo, la vida es primeramente un don y después un derecho y un deber. Estamos llamados a cuidarla y a procurar que sea digna en todos. P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.

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