domingo, 9 de febrero de 2020

Ser sal y ser luz son dos preciosas imágenes que reflejan muy adecuadamente el testimonio y la militancia de los cristianos. Son dos expresiones simbólicas de potente significado para que el Padre del cielo reciba la gloria que se merece. El carnet de identidad de todo cristiano debe contener estos dos indicadores. No es lógico que un seguidor de Jesús sea soso, insípido, sin sabor ni condimento, sin fuerza vital. Tampoco es comprensible un cristiano apagado, sin destellos ni luminosidad.

En ocasiones nos preguntamos qué debemos hacer para ser auténticos cristianos. El autor de la primera lectura dice que la fidelidad a Dios se mide por el amor efectivo al prójimo. Esto lo recalca Jesús y lo expresan contundentemente teólogos del Nuevo Testamento como San Juan: "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor... Él nos amó primero. Si alguien dice: 'Amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,8.19-20). Los cristianos tenemos la suerte de contar con la sabiduría de la fe para actuar con sensibilidad. Jesús nos resume el mensaje de las Bienaventuranzas con tres propuestas convergentes: — "Vosotros sois la sal de la tierra". — "Vosotros sois la luz del mundo". — "Alumbre así vuestra luz a los hombres para que... den gloria a vuestro Padre que está en el cielo". Ser sal y ser luz son dos preciosas imágenes que reflejan muy adecuadamente el testimonio y la militancia de los cristianos. Son dos expresiones simbólicas de potente significado para que el Padre del cielo reciba la gloria que se merece. El carnet de identidad de todo cristiano debe contener estos dos indicadores. No es lógico que un seguidor de Jesús sea soso, insípido, sin sabor ni condimento, sin fuerza vital. Tampoco es comprensible un cristiano apagado, sin destellos ni luminosidad. Ser sal equivale a dar sentido, alegría, contenido y esperanza al vivir diario; equivale a vivir con espiritualidad, con garra militante, para que a través del testimonio y del compromiso muchos descubran y glorifiquen al Padre común. Ser luz quiere decir que nuestro vivir y nuestro hablar han de alumbrar humana y cristianamente. Es luz el amor que expresamos, la solidaridad que tenemos, el ánimo que transmitimos, los servicios que hacemos, la espiritualidad que respiramos, los compromisos que mantenemos, el trabajo que desarrollamos responsablemente, la alegría que contagiamos, la mística que comunicamos, etc. En definitiva, nuestra vida alumbra si transparenta de una manera natural el espíritu de las Bienaventuranzas. En resumen, conviene que nos preguntemos: ¿Somos sal? ¿Somos luz? ¿Sorprende nuestra vida para que otros descubran y glorifiquen al Padre del cielo? Meditémoslo. P. Octavio Hidalgo.

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