domingo, 13 de octubre de 2019

Todo milagro encierra algún mensaje, tiene alguna finalidad. Por eso, no nos podemos quedar simplemente en el ropaje literario o en las primeras impresiones. Que Jesús es Vida, Verdad, Luz, Resurrección, Redención..., queda más evidente cuando se comprenden los milagros. Si en ellos no se capta la presencia de Dios que salva por completo, es que no ha habido verdadero encuentro religioso y de fe...

El libro de los Reyes y el Evangelio coinciden en presentar la curación de unos leprosos. Los milagros son señales de la salvación de Dios, manifestaciones de que su Reino está presente influyendo en la historia humana. Evangélicamente los milagros evidencian cómo Jesús está preocupado por hacer el bien y aliviar a los que sufren en el cuerpo o en el alma. Pero es la fe la que hace que se dispare la intervención divina. Así aparece en los Evangelios una y otra vez: "Tu fe te ha salvado". En efecto, sin fe es imposible la penetración salvadora de Dios. Todo milagro encierra algún mensaje, tiene alguna finalidad. Por eso, no nos podemos quedar simplemente en el ropaje literario o en las primeras impresiones. Que Jesús es Vida, Verdad, Luz, Resurrección, Redención..., queda más evidente cuando se comprenden los milagros. Si en ellos no se capta la presencia de Dios que salva por completo, es que no ha habido verdadero encuentro religioso y de fe. Esto es lo que refleja el texto evangélico. Los leprosos gritan: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros, porque buscan la salud física, pero también la integración en la sociedad judía de la que han sido apartados por tan terrible enfermedad. Jesús los envía a los sacerdotes, según las normas de la época, para que comprueben la curación y los incorporen a la vida del pueblo. Pero el texto resalta que sólo uno volvió a dar gracias y éste era un samaritano, uno marginal y despreciable para los judíos, inferior y medio pagano. Fue el único que abrió el corazón a Jesús y, agradecido, le manifestó que no sólo le había tocado la piel sino también el corazón. Jesús le dijo: "Tu fe te ha salvado". Naamán, también curado y agradecido, era un sirio. Parece que los extranjeros descubren mejor la acción salvadora de Dios. Los leprosos judíos le propinan un gran chasco a Jesús porque no lo descubren como testigo de Dios, sino como un simple curandero. Él busca despertar la fe, avivar el encuentro creyente; pero sólo encontró sensibilidad y acogida en el samaritano. Recordamos el refrán: Es de bien nacidos ser agradecidos. La gratitud no es sólo una virtud humana; es también un valor bíblico muy destacado. Por eso, conviene que nos preguntemos: ¿Dios es para nosotros una fuente de salud total o un recurso fácil del que echamos mano cuando nos interesa? En realidad, ¿para qué queremos a Dios? P.Hidalgo

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