domingo, 6 de octubre de 2019

Gran oración la de los discípulos: "Señor, auméntanos la fe". Todos los cristianos nos la podemos aplicar: Señor, danos una fe de calidad, auténtica, depurada; danos esa fe que enseña a vivir, que sigue tus esquemas, que potencia la espiritualidad, que pelea los valores y transforma los ambientes...

Gran oración la de los discípulos: "Señor, auméntanos la fe". Todos los cristianos nos la podemos aplicar: Señor, danos una fe de calidad, auténtica, depurada; danos esa fe que enseña a vivir, que sigue tus esquemas, que potencia la espiritualidad, que pelea los valores y transforma los ambientes. Sí, hermanos, la fe es un recurso del que podemos echar mano, aunque nos fallen todos los demás. Es el gran don, un tesoro de inmenso valor. Con ella se puede alcanzar lo más difícil, lo más extraordinario. Es una virtud teologal saturada de proyección. La persona de fe cuenta con motivaciones profundas, respira espiritualidad y sorprende con compromisos arriesgados. Y es que la fe no sólo humaniza y santifica, sino que nos lanza a utopías cada vez mayores, pero siempre posibles. Así fue la trayectoria de Jesús, el creyente por excelencia. Al cristiano entusiasmado por la fe se le han de notar las recomendaciones que dirige San Pablo a Timoteo. No hemos recibido "un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio". Por tanto, no hemos de tener miedo "de dar la cara por nuestro Señor"; al contrario, hemos de "tomar parte en los duros trabajos del Evangelio" y vivir "con fe y amor cristiano". Nunca nos faltará la ayuda de Dios que nos habita. Y un apunte de importancia. En este campo de la fe nunca hay motivo para el orgullo, ni para la vanagloria, sino para la obediencia, la entrega, la colaboración y el agradecimiento. Porque, en el mejor de los casos, cuando un día acabemos rendidos, pero satisfechos por lo que hemos realizado, sólo tiene sentido decir: Simplemente "hemos hecho lo que teníamos que hacer".P.Hidalgo.

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