domingo, 26 de agosto de 2018

Dice el Evangelio que, al acabar Jesús el discurso sobre el pan de vida, muchos discípulos se quedaron escandalizados, le criticaron, se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. ¿Es tan difícil entender y seguir a Jesús? Parece que por un momento llegó a pensar que se quedaba solo, porque dijo a los más íntimos: ¿También vosotros queréis marcharos? Pedro, que había captado, confesó: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos que Tú eres el Santo de Dios". Gran confesión de fe la que pronuncia Pedro; evidencia una profunda experiencia religiosa...

El pasaje de la carta a los Efesios nos da pie para esta reflexión: Cuando una pareja se casa en el Señor, se impregna de toda la simbología del amor de Dios a la humanidad. Vivir el matrimonio como sacramento es acoger el amor divino en la experiencia humana e irradiarlo. El matrimonio cristiano evoca una estampa preciosa de la Biblia: el amor de Dios a su pueblo y el amor de Cristo a la Iglesia. Esto ilumina y estimula poderosamente el dinamismo del amor conyugal. Los esposos deben amarse como Cristo ama a la Iglesia: hasta el sacrificio último que es la máxima expresión del amor. Esta vivencia profunda y arraigada es la que da sentido y llena de lógica otros compromisos implícitos del matrimonio, como la fidelidad, la indisolubilidad, la convivencia creativa, la confianza mutua, la amistad generosa... Para los cristianos el matrimonio es un sacramento que confirma, celebra y proyecta el amor humano entre hombre y mujer atraídos por Jesús en el seno de la comunidad. Lo que caracteriza y enriquece esta opción es amar como Él nos amó. En este sentido, el sacramento del matrimonio abarca toda la vida. Por eso incluye compromiso. El libro de Josué y el Evangelio presentan una escena parecida: ¿Seguimos al Señor con toda decisión o nos echamos atrás? El Dios de la Biblia es misericordioso, pero no es contemporizador: no le van las medianías. Jesús afirma tajantemente: "El espíritu da vida; la carne no sirve para nada". Dice el Evangelio que, al acabar Jesús el discurso sobre el pan de vida, muchos discípulos se quedaron escandalizados, le criticaron, se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. ¿Es tan difícil entender y seguir a Jesús? Parece que por un momento llegó a pensar que se quedaba solo, porque dijo a los más íntimos: ¿También vosotros queréis marcharos? Pedro, que había captado, confesó: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos que Tú eres el Santo de Dios". Gran confesión de fe la que pronuncia Pedro; evidencia una profunda experiencia religiosa. Pero conviene que insistamos en la pregunta: ¿Por qué muchos discípulos se echaron atrás? ¿Es tan insoportable la vida de fe o el seguimiento de Jesús? Y nosotros, ¿creemos en Jesús con alma, vida y corazón? Hoy tenemos una ocasión especial para pensarlo y confirmarlo. Si tenemos verdadero interés por la vida de calidad, si el Evangelio nos ha tocado las fibras, si el Dios cristiano nos ha penetrado, podemos decir con Pedro: "Señor, sólo Tú tienes palabras de vida eterna". P.Hidalgo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario