domingo, 19 de agosto de 2018

A lo largo de la historia hay una experiencia religiosa que se repite: Dios quiere alimentarnos y, por eso, nos invita. Jesús también nos invita a comer su carne y beber su sangre, con un objetivo solidario: lograr vida, sabiduría, comunión con Él y con el Padre...

COMENTARIO: El lenguaje simbólico está muy presente en nuestras conversaciones; también en la Biblia. El libro de los Proverbios habla de la sabiduría como si fuera una persona. En realidad se está refiriendo a Dios, infinitamente sabio y generoso, que invita a todos a un banquete. Todos pueden acudir; nadie queda excluido. Los manjares son muy simples: pan y vino; pero se trata de unos alimentos que proporcionan experiencias satisfactorias, buen criterio y un talante sensato. Todos sabemos que en una invitación, tan importante como lo que se come, es el ambiente de comunión y de regocijo que se crea. Si relacionamos este pasaje con el Evangelio, vemos que a lo largo de la historia hay una experiencia religiosa que se repite: Dios quiere alimentarnos y, por eso, nos invita. Jesús también nos invita a comer su carne y beber su sangre, con un objetivo solidario: lograr vida, sabiduría, comunión con Él y con el Padre. Es el debate que continúa hoy en el pasaje evangélico. Se repiten algunos mensajes y aparecen otros. Los resumimos para una mejor consideración: — Jesús se ofrece como alimento para todos. Es pan y bebida de Dios para existir con verdadero y profundo sentido. Nadie puede satisfacer nuestras necesidades y carencias mejor que Él. — Con este símbolo nos quiere decir: mi razón de ser es amar, servir, entregarme, hacer el bien..., y esto es dar vida. — Por eso es pan y bebida de comunión, de fraternidad, de redención amorosa y solidaria. — Su entrega en oblación es ejemplar; por eso despierta admiración. — El que asimila a Jesús experimenta con mayor sensación que es un ser para la vida, que la muerte no es el final del camino: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día". — El que acepta a Jesús como alimento y bebida, refuerza la comunión con Él, siente que vive habitado. — El que desarrolla su vida como Jesús, adquiere una gran experiencia humana y divina. — Para asimilar este alimento tan original y saludable, más que abrir la boca, hay que abrir el espíritu y el corazón. En resumen, es muy importante, y hasta decisivo, entender esta revelación de Jesús, acogerla e incorporarla a la propia persona, como hacemos con el alimento que tomamos. P.Hidalgo.

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