lunes, 19 de enero de 2015

Comentario - La vocación cristiana es una llamada por parte de Dios.

Sin religiosidad y sin fe difícilmente se percibe la comunicación de Dios.
Él se comunica. Pero son imprescindibles el silencio interior y la apertura de corazón para captarlo. Dios lleva la iniciativa en la historia de salvación. Pero no lo hace todo. Necesita de nuestra colaboración.

El relato de la vocación de Samuel es un ejemplo de cómo Dios llama y cómo los creyentes debemos escuchar, discernir y responder a sus llamadas. La vocación cristiana es una llamada por parte de Dios.
Unos la sienten directamente en su interior; a otros les llega por medio de terceras personas, contactos, situaciones, acontecimientos... Dios sorprende y nos descoloca cuando menos lo imaginamos. La vocación produce un impacto, fragua un encuentro y se proyecta en un compromiso y en una misión. Generalmente se precisa de testigos experimentados para discernir con claridad la voz de Dios, los signos de los tiempos y el sentido de las cosas. Samuel quería vivir en la onda de Dios.
El servicio de Elí consiste precisamente en ayudarle a distinguir la voz divina de la humana. He ahí uno de los aspectos fundamentales del acompañamiento espiritual. Ante la irrupción en público de Jesús, Juan el Bautista considera que ha llegado el momento de cerrar su escuela y de llevar a sus discípulos al seguimiento de Jesús.
 En adelante es al Cordero de Dios a quien hay que seguir. Él ya ha cumplido como precursor: ha preparado el camino y ha señalado su presencia. Con esto, Juan demuestra una gran talla humana y un gran servicio como testigo, que sabe desprenderse de los suyos y no hacer sombra al único Pastor. Para el Bautista estaba muy claro: "Conviene que Él crezca y yo disminuya". Según el Evangelio de Juan, el germen del grupo de los seguidores de Jesús se fundamenta en una experiencia: fueron, vieron y después comunicaron: "Hemos encontrado al Cristo". La fe, en efecto, es consecuencia del encuentro con Jesús. Pero no es posible tal encuentro si uno no lo aspira, no está abierto, no busca... Este encuentro personal con Jesús es el mayor don y la mayor suerte que nos puede acontecer. Se supone que todos nosotros hemos sido tocados en el alma por Jesús. No obstante, cabe la pregunta: ¿Con qué intenciones lo seguimos? ¿qué buscamos? ¿qué pretendemos siguiendo a Jesús? P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.

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