PARTICIPACIÓ DEL CORO ALMA CORAZÓN Y VIDA EN ESTA EUCARISTIA
PARTE DE NUESTRO CORO CON LAS MONJITAS DE LA INMACULADA
COMENTARIO:
Creyente es aquel que se fía de Dios y le hace caso, pero no de una manera ingenua, sino por impacto y experiencia religiosa.
Abrahán es considerado por judíos, cristianos y musulmanes como el Padre de todos los creyentes, es decir, de los que obedecen a Dios. Cree contra toda esperanza. Primeramente cree en la posibilidad de un hijo humanamente imposible y luego se atreve a renunciar a él por obediencia a Dios. Abrahán es de esos creyentes con casta que demuestran con hechos una verdad fundamental: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Ahora bien, lo que la fe fue para Abrahán y para los grandes creyentes, ha de ser también para nosotros: apertura a los planes de Dios, entrega de la mente y del corazón, actuación comprometida y confianza en el Espíritu.
La fe es un gran don y una ayuda poderosa para ser persona. Vivir la fe es lo que caracteriza a un creyente. Esto se traduce en una existencia acorde con el plan de Dios, con el seguimiento de Jesús; por tanto, con un estilo testimonial y comprometido. La vida es el campo donde se ejercita la fe.
Para Jesús la gran señal de que uno cumple como creyente es la caridad y la solidaridad. Toda la ley y los profetas se resumen en amar a Dios y al prójimo. Por consiguiente, la fe no es sólo para el templo o para los locales parroquiales; es también e importantemente para la vida laboral, familiar, para la calle, el ocio, etc.
La segunda lectura insiste en un mensaje: Dios salva solamente. Este es su oficio y su bendita manía. Si nos ha entregado a su propio Hijo como mártir por nuestra salvación, ¿cómo nos puede condenar? El amor divino sólo inspira salvación. Por eso, nuestra respuesta debe ser la santidad.
La transfiguración de Jesús en lo alto del monte es una experiencia mesiánica de gran calado. Deja estupefactos a los tres discípulos: "¡Qué bien se está aquí!", dice Pedro. Llegan a descubrir que Jesús es más que Moisés y Elías juntos, es decir, más que toda la Ley y todos los profetas anteriores. Reciben el impacto de que Jesús es la Palabra culminante y definitiva de Dios. Por eso, en adelante es a Él a quien hay que escuchar y seguir.
Los tres discípulos vivieron esta experiencia con gran asombro, hasta el punto de olvidarse que están en la cima del monte. Pero Jesús se encarga de volverlos a la realidad. Y la realidad de cada día no está en lo alto del monte, sino abajo, donde vive el pueblo con sus problemas y sus quejas. El monte es bueno para oxigenar el espíritu y para fortalecer la moral en vistas al compromiso, pero nunca puede evadir o alejar de la realidad.
Vista así la vida cristiana, es atractiva y fascinante porque aporta hondas experiencias que motivan a caminar hacia nuevas metas y a escalar montañas de valores. Según esto, todos necesitamos impactos cautivadores y golpes de gracia, como el vivido por los tres discípulos en el monte Tabor, para cargar las pilas de mística evangélica.
P.Hidalgo
Los pactos de Dios son una constante bíblica, que alcanzan su expresión más significativa en la Alianza. La gran Alianza que siempre se le recordará al pueblo del Antiguo Testamento es la establecida en el éxodo de Egipto junto al monte Sinaí. La nueva y definitiva Alianza para nosotros es Jesús, nuestro Redentor.
La Cuaresma nos brinda la oportunidad de enlazar con lo más genuino y dinámico de la tradición bíblica y cristiana, y de repensar el propio bautismo con su simbolismo de alianza. En efecto, por el bautismo cada cristiano establece alianza con Dios por Jesús en el Espíritu. El bautismo es orientación y proyecto de vida, conversión creciente. Pero no hay conversión posible si uno no es consciente de sus pecados. Por eso necesitamos silencio, retiro, concentración para promover la conversión bautismal como apunta San Pedro: no se trata de limpiar una suciedad corporal, sino de pedir a Dios y de alcanzar una conciencia pura.
Vivir la alianza bautismal y la conversión creciente es muy difícil, aunque no imposible. Todo lo que se dio en Jesús es posible para cualquier cristiano. El problema estriba en la tentación que ronda y amenaza siempre. El primer domingo de Cuaresma nos recuerda cada año que la tentación es una realidad que merece profunda consideración. No es asunto de importancia menor, ni ha pasado de moda, por más que alguno lo piense. Para Jesús fue asunto decisivo y principal. Así lo recogió en la oración que nos dejó como testamento: "No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal".
Antes de lanzarse a la misión profética, Jesús sufrió en el desierto un fuerte debate interior: la voluntad de Dios y el ideal de su Reino le atraían poderosamente; pero, como criatura humana, sufrió el asalto de la tentación. Jesús optó por seguir al Espíritu de Dios y se reafirmó en poner la vida al servicio del ideal que tenía decidido. Y así, con los criterios renovados, salió del desierto absolutamente decidido por el Reino de Dios.
El afán de poder, el deseo de tenerlo todo, de usar y abusar de todo, de consumir a ultranza, etc., son tentaciones que nos envuelven socialmente. Hay quien piensa que no está prohibido nada y que poseerlo todo es vivir como dioses. Pero el ser humano, después de probarlo todo, se encuentra vacío, más pobre que nunca y profundamente defraudado.
Al comienzo de la Cuaresma se nos recuerda que la tentación está ahí, no ha desaparecido. Jesús la padeció, pero la venció. ¿Nosotros?
P. Hidalgo.
Con el Miércoles de Ceniza comenzamos la preparación para la Pascua. Nos preparamos para vivir, como conviene, el gran acontecimiento de la Historia de la Salvación: el paso de la muerte a la vida de Cristo con toda su transcendencia y motivación. La Iglesia nos recuerda que esta preparación consiste en buscar una conversión cada vez más sincera y perfecta mediante la meditación profunda de la Palabra de Dios, la vivencia de los sacramentos, la oración, las privaciones voluntarias -de las que son un ejemplo el ayuno y la abstinencia- y la renuncia al egoísmo. Se trata de poner todos los medios en juego para ahondar y avanzar en el vivir cristiano.
La Cuaresma es una ocasión propicia para reforzar convicciones y compromisos; por ejemplo, austeridad frente al consumismo, pensar bien de los demás frente a hablar mal de ellos, no creernos los mejores y pensar que los malos son los otros, etc. Haremos muy bien, además, si nos echamos a la cara las Bienaventuranzas (Mt 5,2-12). Jesús condensa en ellas el ideal cristiano. Al mirarnos en su espejo nos podemos preguntar: ¿Qué nos falta?, ¿qué nos sobra?
En Cuaresma se nos pide, ante todo, misericordia. Y la misericordia, bien entendida, es:
— Sentir la miseria del hermano.
— Practicar el amor ante la miseria del hermano.
— Demostrar con gestos y acciones la preocupación por todos los hermanos.
Hay obras de misericordia que son individuales; por ejemplo:
— Dar esperanza al que está desanimado.
— Consolar y animar al triste.
— Ayudar a encontrar trabajo.
— Visitar al enfermo.
— Ayudar al empobrecido.
— Recuperar al delincuente.
Hay otras obras de misericordia que son colectivas:
— Combatir las injusticias.
— Defender la paz.
— Trabajar por la unión de los vecinos.
— Apoyar iniciativas y gestos de solidaridad.
Muchas veces la vida misma se encarga de presentarnos alternativas para mejorar. Jesús es luz, don de Dios, Palabra con fuerza renovadora, agua viva, buen Pastor... Y en Cuaresma Jesús es el gran testigo de la misericordia y del perdón de Dios.
P.Hidalgo