domingo, 10 de septiembre de 2017

Todo lo que somos y hacemos tiene repercusión social para bien o para mal. Cuando la fraternidad se debilita o quiebra, hay que buscar cuanto antes la solución mediante la reconciliación o el apartamiento si el pecador rechaza la corrección de todos. Pero antes hay que agotar todas las posibilidades con delicadeza y amor. El que ama no hace daño, también cuando corrige fraternalmente. El Evangelio propone un proceso: primero, a solas; en segundo lugar en presencia de otro u otros dos; finalmente, con toda la comunidad como testigo...

San Pablo nos ha dejado una fuerte motivación para amar al prójimo. Ha comentado la vieja frase de amar al prójimo como a uno mismo. Jesús va aún más lejos. Quien ama de verdad es supremamente libre, le sobran todas las leyes, no hace daño a nadie, a su lado da gusto vivir. Todo lo bueno del ser humano se condensa en el amor. Esta aspiración tan arraigada en el fondo de cada uno es la única que logra estabilidad y sosiego personal. Por eso, en cristiano, es un mandamiento viejo y nuevo, resume toda la Ley antigua y es el testamento de la nueva revelación evangélica. Los primeros cristianos entendieron que con Jesús había llegado la hora de amar y que esta palabra no se debía viciar. Pero la historia nos muestra a diario otra cara de la realidad. Por eso volvemos a recordar que amar de verdad no es fácil para nadie, sea cual fuere al grado de madurez alcanzado. Hay que entrenarse mucho para conseguirlo y hay que saber que es un arte. El Dios cristiano es un artista del amor. Jesús, como testigo cualificado, ha demostrado estar muy entrenado. Las ciencias humanas de nuestro tiempo han venido a corroborar lo que hace ya muchos años había proclamado Jesús: no puede haber equilibrio ni estabilidad personal si no amamos a los demás. Esto nos debe calar muy hondo, metidos en esta sociedad competitiva y fraccionada. Todo lo que somos y hacemos tiene repercusión social para bien o para mal. Cuando la fraternidad se debilita o quiebra, hay que buscar cuanto antes la solución mediante la reconciliación o el apartamiento si el pecador rechaza la corrección de todos. Pero antes hay que agotar todas las posibilidades con delicadeza y amor. El que ama no hace daño, también cuando corrige fraternalmente. El Evangelio propone un proceso: primero, a solas; en segundo lugar en presencia de otro u otros dos; finalmente, con toda la comunidad como testigo. No practicar la corrección y dejar al hermano en el error, es un falso respeto y una falta de verdadero amor, que busca el bien y la dignidad del otro. Seguramente podemos atestiguar por experiencia que los mayores gozos que hemos experimentado han sido los de la reconciliación en un clima de amor y de preocupación fraternal. P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.

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